jueves, 15 de agosto de 2013

Nieve blanca

Ornette Coleman, uno de los músicos más rompedores y expresivos de la historia, es dueño de una carrera coherente, transgresora, impresionante. Decidido desde el principio a explorar los límites del jazz, ha recibido más palos que alabanzas para acabar siendo reconocido por (casi) todos como uno de los más grandes del género. Una vitola que le ha costado lustros, décadas, toda una vida.

Coleman, nacido en Fort Worth (Texas) en 1930, inició su carrera discográfica a mediados de los 50 con el sello Contemporary, para el cual grabó dos discos en los que dejaba entrever su heterodoxia. Solo con estas dos muestras ya fue acusado por los críticos de asesinar el jazz. No tenían ni idea de lo que se les venía encima. Cuando Coleman grabó su tercer disco, para el que cambió a Atlantic, ya tenía muy claras en su cabeza las ideas que pretendía desarrollar. The Shape of Jazz to Come (1959) era un anuncio y una realidad, una obra maestra de eso que se iba a empezar a llamar free jazz.

Entre loas entusiastas pero escasas y ataques feroces que ponían en duda no solo sus ideas sino sus mismas dotes, Ornette fue plasmando su idea del jazz en discos caóticos y desbordados, culminando en ese caos puro que fue Free Jazz (1961). Su disco más extremo suponía un camino sin retorno y ante la avalancha de críticas, el saxofonista se sacó un término para definir su música: harmolodics. Lo definió como el uso de la lógica física y mental para crear un sonido que dé la sensación de simultaneidad ya sea ejecutado éste por una persona o un grupo. En otras palabras, ni acordes, ni tonalidades, sino sensaciones y expresión pura para que parezca algo vivo más que algo perfecto.

Y en estas se ha tirado más de cincuenta años el saxofonista norteamericano. Tratando de justificar lo injustificable. Tampoco creo que le importe demasiado. Si no, no se explica que haya aguantado tanto tiempo aferrado a una idea tan poco ortodoxa. Él siempre se ha mostrado férreo en sus convicciones, dúctil en sus interpretaciones y composiciones, como un tritón soplando su caracola al flujo de las aguas, sin truncar el fluir del río, adaptándose a su calma y a sus rápidos. Porque el caos no siempre es tal, ni el orden es sinónimo de seguridad. ¿Jazz libre? ¿nieve blanca? 

3 básicos

The Shape of Jazz to Come ****1/2 (1959)
El primer impacto para la eternidad ya definió una forma de hacer la cosas, digamos, poco convencional. Coleman trató de ocultarse siguiendo los patrones clásicos del bebop, pero para los entendidos no pasó desapercibida la ausencia de acordes base en los solos, y eso en la época era algo... imperdonable. Para muchos este es el mejor de su abultada discografía.

Free Jazz ****1/2 (1961)
Tomando a James Joyce como ejemplo, el anterior sería su Ulysses (1922). Su mejor obra, la favorita del público. Difícil para el lector medio pero altamente gratificante si se le dedica el esfuerzo. Este en cambio sería el Finnegan's Wake (1939), una obra para eruditos, indescifrable. Para muchos expertos, su obra cumbre, para el público una boutade insufrible. Bueno, a mí me encanta Ulysses pero en este caso me quedo con este disco por encima del anterior. Caos sin controlar que de alguna forma encuentra la forma de empastar en un fluido por momentos ligado y siempre vibrante.

Science Fiction **** (1972)
Un nuevo renacer en un disco soberbio cuando la esencia bravía de Coleman no encontraba formas en las que soltarse como antaño. El artista incluye voces ya sea recitando o entonando algo parecido a una canción sobre bases de improvisación cruda. Futurista desde el palo, la madera y el metal.

Una pieza
Seamos cabrones, pero de verdad. Se podría elegir el único tema que se puede considerar clásico de Coleman, "Lonely Woman", la apertura de The Shape of... pero no. Voy a invocar la era digital para proponer "Free Jazz pt. 1 & 2". Vamos el Free Jazz completo y en una sola pista por obra y gracia de la edición en CD del disco. Puede que no me crean, pero no se hace pesado en absoluto. Pónganse los auriculares y a ver si encuentran la parte en la que el contrabajo toca algo sospechosamente parecido a "La danza del fuego". Sí, la de Manuel de Falla.

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