SOUL. Hubo un tiempo en el que la frontera entre el soul y el pop era muy tenue. Así se ve en este directo de directos en el que un artista encendido hace arder un auditorio redefiniendo la catarsis del teatro griego en un entorno contemporáneo. Todo con la sencillez de unas melodías desarmantes y una interpretación irrepetible. Desmontar dioses y hacer desmayar a las mujeres, que decía cierto profesor en el cine. Sobre todo de lo último este disco es el epítome.
Al escuchar estas interpretaciones una y otra vez resulta increíble que hubiera que esperar más de 20 años para verlas editadas. ¿Demasiado carnal? ¿Demasiado pecaminoso para la época? No les culpo. Sam Cooke, ese negro apolíneo, imponente en plena celebración racial, debía parecer el mismo demonio y sus canciones todo un llamamiento a la lujuria y la hermandad. La unión siempre hace la fuerza y parece que siempre ha habido gente interesada en que no nos enteremos. Sam lo sabía demasiado bien y como pasa demasiado a menudo no fue hecho para durar. Meses después de este concierto murió tiroteado en un motel de Los Angeles. La ironía maldita y cruel lo erigió en un Mesías negro que solo por esta obra maestra ya merecería un lugar enorme en el corazón de toda la humanidad. Y me quedo corto.
El motivo por el que la grabación tuvo que esperar tanto tiempo para ser publicada fue que la discográfica la veía demasiado cruda y temía dañar la imagen pop que estaba forjando del artista. Craso error en lo artístico, pues desde su edición el disco no ha hecho más que cosechar parabienes de la crítica, erigiéndose en uno de los mejores directos jamás publicados.
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