GRUNGE. Este es sin duda su Nevermind (Nirvana, 1991). Aunque no sea necesario compararlo con una obra que lo supera en todo, empezando por el carisma y la ruptura de barreras, me arriesgo con el juego. Sin duda, Soundgarden no tuvieron ni tendrán el atractivo de Nirvana, pero someterse a Badmotorfinger después de tanto tiempo sigue siendo una experiencia de alta intensidad. Eso no hay quien se lo quite.
Nada más comenzar, dilapidan todo su pasado con la urgencia rasposa de "Rusty Cage". Sientan las bases con la potente "Outshined" y se revuelcan en el fango eléctrico de la lenta y abrasadora "Slaves & Bulldozers". Aquí y en el clásico "Jesus Christ Pose", espinoso y alambrado, es donde Chris Cornell se extralimita vocalmente, y ¡gracias a Dios!, porque esa manera de vaciarse, ese expresionismo total, aun forzado, hiela la sangre. Tras este comienzo fulgurante, el disco rebaja sus pretensiones, aunque todavía podemos disfrutar de pelotazos punk como "Face Polution", la thrashmetálica, "Room A Thousand Years Wide", la melódica, "Mind Riot", la cáustica "Holy Water" o el naufragio gargantuesco de "New Damage" donde Cornell vuelve a desangrarse en torrentes de soul blanco y afilado.
En este disco lo dan todo y puede que no sea un clásico, pero también es cierto que no pudieron superarlo. ¿Sería porque el listón estaba demasiado alto o por falta de capacidad? Seguro que Kurt Cobain era más real pero, después de escuchar este álbum, puedo afirmar que Soundgarden nunca se vendieron. Se puede dudar de sus dotes pero jamás de su autenticidad. Su verdad sobrecoge y no podemos más que hacernos un ovillo al calor de ese "¡ahora ya sé por qué has estado temblando!".
★★★★☆
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