ROCK. Lou Reed nos invita al bostezo en una  serenata que no acaba de ser tal. Nuestro ínclito amigo hace honor a su  fama y rompe la baraja en todos los aspectos. El problema es que no  siempre consigue que esa iconoclastia funcione. 
El disco hay que  reconocer que en su mayor parte mantiene un tono reposado acorde con el  título. No obstante, y gracias a los astros, la banda nos obsequia con  alguna eyaculación ampérica por aquí, algún desgarro de chelo por allá,  lo que hace la travesía menos ardua. En su enésimo directo, el  neoyorquino demuestra que, si bien está en buena forma, su obsesión por  hacer siempre lo que le sale de la entrepierna puede cansar un poquito.
Para  empezar, por encima de la valía de unas interpretaciones erráticas en  lo vocal y tanto hermosas como insulsas en lo instrumental, por más que  busco no acabo de ver la necesidad que teníamos de este disco. Si buscas  un acercamiento a la obra inabarcable del genio, esto no es para ti. Ni  las interpretaciones son fieles a los originales, ni emocionan como los  originales, ni ha glosado lo más destacado de su discografía. Esto  podría parecer bueno para el fan más jarcor.  Pues no, este disco tampoco es para ti. El hecho de que no contenga ni  una canción de "Transformer" (1972), por ejemplo, no lo hace más  suculento. Sobre todo cuando permite incursiones dudosas como ese  "Revien Cherie" de su bajista Fernando Saunders. Azucarado es poco.
En  fin, poco puedo salvar en estas dos horas largas de periplo por un  cancionero genial que Lou trata de restaurar. Una loable intención si no  fuera porque estas canciones no necesitan ninguna mano de pintura. Al  menos podremos solazarnos con el solo de chelo escalofriante de la  Scarpantoni en "Venus In Furs" y con ese Antony que vuelve a hacer suya  una canción ajena. Esta vez es "Candy Says". Son dos momentos leves,  escasos, diluidos en el inmenso lodazal que se nos pretende colar como  playa cristalina. Y a pesar de todo, esto suena al Lou Reed más Lou  Reed. Al que no diferencia lo regular de lo sublime, al egocéntrico sin  remedio y al poeta encerrado en un cuerpo de rockero salvaje. Quedémonos  con el sabor de eso que llaman autenticidad aunque no haya mucho de eso  aquí.
★★☆☆☆

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