CANCIÓN AMARGA. The  Future, ya lo anuncia el tema titular, es un vaticinio oscuro y  totalmente real. Leonard Cohen da continuidad al glorioso I'm Your Man (1988)  de la única forma posible, dando una vuelta de tuerca a una amargura  que quema hasta el tuétano. Sin llegar a alcanzar la maravilla del disco  anterior, The Future se sostiene y enseña los dientes como uno de los  discos más recomendables del canadiense.
Y si lo consigue es porque no se limita a lloriquear. En frases como "las  cosas se deslizan en todas direcciones", "he visto el futuro hermano,  está lleno de asesinatos", "nunca he estado más feliz desde que acabó la  segunda guerra mundial", "las guerras serán luchadas de nuevo, la  paloma sagrada será de nuevo atrapada"... Se recrea en imágenes de  una fuerza pictórica tremenda, oraciones que advierten y muerden. No son  simples lamentos, llaman a la acción.
También hay momentos más  livianos en el décimo disco de Cohen. Momentos bañados por la esperanza  como "Be for Real", "Anthem", "Closing Time" o "Light As the Breeze",  pero incluso estas canciones tienen un hálito de cinismo, de falta de fe,  que las hace también asesinas. En su conjunto The Future es un disco  melancólico y crítico, una faceta, esta última, algo desconocida en un cantautor que, no obstante,  ya había dado alguna muestra de ello. Pienso sin ir más lejos en "First We  Take Manhattan", pero también en "The Partisan" o "Story of Isaac". Aquí, sin embargo, es más duro y  critica todo lo criticable, la guerra, la injusticia o la falsa  democracia.
Así están las cosas para el Leonard Cohen más maduro y  certero. En su (pen)última obra de enjundia aparece cansado, pero  dispuesto, harto de esperar el milagro, belicoso, con ganas de darte lo  tuyo y de morir matando. Aunque sólo parezca uno más de sus discos  tristones, aunque parezca que sólo nos pinta el futuro más negro en el  que se pueda pensar.
★★★☆☆ 
Seguro que soy el único, pero este disco me trae a la cabeza la mítica serie Doctor en Alaska y sus seis temporadas emitidas entre 1990 y 1995. Y es por lo más tonto del mundo: por algún soniquete de armónica que me recuerda a su tema de introducción y por el origen norteño de Cohen, tan próximo geográficamente a esa Cicely en la que la vida es tranquila, pero las mentes y los corazones de sus habitantes bullen apasionados mientras se hacen las eternas preguntas.
No, puede parecer lo contrario, pero yo no lo veo descabellado.
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