La voz dulce y superdotada de Lole Montoya es arropada principalmente por la guitarra cruda y expresionista de Manuel Molina, pero también por alguna guitarra eléctrica, pianos o bajos. Incluso hay por ahí un mellotron. Son acompañamientos sutiles, de los que hay que buscar con atención, no se imponen ni alteran la esencia de un cante ancestral, que aquí no hace más que sonar con toda la libertad que se le presupone.
La revolución está en dos aspectos principalmente: uno radica en las letras, poéticas, con un aire hippy que nos remite a otra época y que le dan una pátina añeja al disco. A veces se pasan con el bucolismo, pero en general triunfan en esa explosión que básicamente celebra el amor de la pareja, en plena ebullición en esos momentos. Por otra parte también choca y atrae la heterodoxia rítmica que aplican, alterando los palos tradicionales hasta hacerlos irreconocibles. En esta experimentación es donde se dieron de frente con los puristas, siempre dispuestos a guardar la tradición como si de una religión se tratara.
Lole y Manuel arriesgaron con su estreno. No tenían por qué hacerlo pero se decidieron por lo difícil, por reflejar el ardor que bullía entre un grupo de inconformistas con ganas de insuflar vida nueva en un arte como el flamenco. Un arte vivo, necesitado de savia nueva, de nuevas ideas. También se les fue la mano como en ese intento de cantar en árabe, que personalmente me parece una tontería. Con todo, dieron prestigio a una música con fama de anticuada, intolerante y retrógada. Y también hicieron y hacen enorgullecerse a miles de andaluces, entre los que me encuentro, hartos de ser denostados y ser tomados por incultos y frívolos. Ellos demostraron que la realidad no suele parecerse al tópico. Con un disco eterno que rompió moldes.
★★★★☆
A1
Nuevo día
A2
Tangos canasteros
A3
Bulerías de la luna
A4
Un cuento para mi niño
A5
La plazuela y el tardón
B1
El río de mi Sevilla ✠
B2
Todo es de color
B3
Por primera vez
B4
Con hojas de menta
B5
Sangre gitana y mora
Total: 43 min.
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