DANCE ROCK. Desde  ese "Let's Dance" (1983) con el que inauguró una nueva era, David Bowie  ha ido vertiendo su amor por la música de baile en casi todos sus  discos. Siempre ha mostrado debilidad por la música negra, el soul, el  R&B y el funk y, por supuesto, aquí hay de todo eso. La novedad, ese  puntito que hace especial a este disco, está en unos devaneos  jazzísticos la mar de pintones, que son los que lo hacen destacar por  encima de lo que venía entregando durante la década anterior.
A  este disco se le echa en cara su asepsia y es cierto que parece grabado  en un quirófano. Demasiada profesionalidad y muy poca alma. A veces me  cuesta rebatirlo, es cierto, pero en cuanto suena veo claro que tampoco  es cierto del todo. No con esos saxos que sobrevuelan los temas, los  levantan y les insuflan aire, elegancia o veneno puro. Por cierto, son  cortesía del propio Bowie, un auténtico amateur en el instrumento que  consigue dar otra muestra de genialidad con un sonido puro, instintivo y  salvaje, a la medida de un disco de acabado tan pulcro y perfecto.
Yo  lo veo clarísimo, "Black Tie White Noise" es uno de los tapados de  Bowie. Le falta mucho para ser una maravilla, pero después de un par de  discos mediocres, una recopilación de su prehistoria bastante insípida a  pesar de lo que revela y un par de discos autoindulgentes con Tin  Machine en los que trataba de huir de su propio nombre, este disco  supuso una reafirmación más que necesaria. Habría que esperar mucho para  volver a disfrutar del londinense a este nivel. Yo diría que casi una  década, la que lo separa de "Heathen" (2002). 
Como en la etapa  berlinesa, pero a muchísima distancia, vuelve a hacer frío en un disco  del Camaleón. Eso que en los demás es un defecto y que él siempre ha transformado en virtud.
★★★☆☆ 

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