No obstante, en esencia, hablamos del mismo perro con distinto collar. Sirve, en definitiva, para comprender porqué este disco es un clásico de un género tan alérgico a ese adjetivo. En él se aprecian las virtudes del recopilatorio de una vida. No importa que la famosa Rockdelux se refiera a la edición del 97 cuando la incluye entre los 200 mejores discos de la historia, esta vale igual. Y además, así tiene que ser. La otra es demasiado difícil de encontrar.
Detroit es famosa en el mundo por ser la capital de la industria automovilística (al menos lo fue), por ser la ciudad donde se fundó la Motown y por el protopunk de The Stooges y MC5. No es moco de pavo para poner a cualquier sitio en el mapa. Pues además, en los primeros 80 se erigió en capital mundial del tecno. Derrick May es uno de los miembros de la santísima trinidad que formó junto a Juan Atkins y a Kevin Saunderson y esta obra, o mejor serie discográfica, es su legado más importante.
En sus dos horas y poco el disco glosa el jolgorio de una música en plena ebullición, plena de vida y con una riqueza apabullante que se traduce en sonidos imposibles, ritmos trepidantes o truncados, influencias poderosísimas y preclaras de Kraftwerk y alianzas veladas o no con la música clásica o las bandas sonoras. Sin duda, un producto más que necesario, esencial para introducirse en los placeres desconocidos de la música electrónica.
★★★★☆
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