AMERICANA. Menuda tunda se llevó el bueno de Micah por este ejercicio de devoción. Excesiva me parece a mí, porque si bien es verdad que no es un disco que el mundo necesite imperiosamente, no está tan mal acabado ni es tan desastroso como he leído por ahí. En cierta forma ofrece la crónica emocional y vital de un artista que parece aquí deseoso de pagar todas sus deudas.
Así, por supuesto, está Bob Dylan y también Leonard Cohen. Y Roy Orbison y The Beatles... Y no con canciones ocultas ni oscurísimas (tampoco es que las haya a estas alturas). Se va a por lo obvio y eso no es una tara, sino un pequeño triunfo. Una demostración de valor, una valentía que se materializa en esa "My Way" que adapta a los arpegios de su guitarra y a la que dota de una melancolía y una desesperación que la hacen gloriosa. O al menos interesante, depende del día en el que me la ponga.
Así las cosas y tras un buen puñado de escuchas, el disco me acaba dejando tibio. No me estoy contradiciendo. Es una tibieza agradable, como ese dolor muscular después del ejercicio intenso, una contusión leve que relaja y deja en estado de sedación. Más allá de que necesitemos estas versiones, más allá de que esta o aquella sean estupendas y esas otras una bazofia, me quedo con el tono sacramental de un disco en el que Micah nos revela sus secretos.
Por mucha insulsez que tenga y por mucho que sea el culpable de que desconectara de este artista durante casi una década. Tan sólo su anuncio me provocó una pereza mortal y no llegué ni a escucharlo en el momento de su edición. Ni a él ni a los siguientes. Ahora retomo. Y retomo con ganas.
★★★☆☆
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