NEW WAVE/POST-PUNK. Ya le pasó a la Velvet Underground con esa desastrosa reunión que parió un documento en directo para olvidar. En ese caso, como en este, hicieron aguas por apelar a una nostalgia que estaba en las antípodas de lo que ambos grupos habían predicado a lo largo de una carrera que era todo fiebre, confrontación y latigazos.
Aquí, Siouxsie y sus acólitos se obsesionan en lo contemplativo por encima del calambre en el espinazo. Y el resultado ni siquiera puede convencer a los amantes de la meditación. Para empezar, porque el bastión sobre el que se sostiene todo el andamiaje de su arte, la voz de Sioux, está en un estado de forma deplorable. Es más fácil contar las notas que acierta que las que falla. Un pecado inédito en una de las mejores cantantes de la historia del rock.
Ante tal defecto estructural, todo lo demás se derrumba. El acompañamiento instrumental sólo puede calificarse como mojigato e inane. Un problema que establece un círculo vicioso al no ser capaces los músicos de espolear el talento interpretativo de Siouxsie, la cual se revuelca en su leyenda con gorjeos fuera de tono y gemidos que truecan la vocalización por el sinsentido.
Casi nada se salva aquí. Hay intentos, como una febril y casi en su sitio "Voodoo Dolly", o el cierre, con una bailable y dicharachera "Peek-A-Boo". Totalmente insuficiente para dar sentido a la despedida de Siouxsie & the Banshees. Una mácula que se deberían haber ahorrado.
★☆☆☆☆
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