lunes, 9 de agosto de 2021

Las flores del mal

Bloodflowers (The Cure, 2000)

POP ATORMENTADO. Hasta cierto punto fue normal la acogida tan brutal que recibió este undécimo disco entre los seguidores del grupo. Ya hacía ocho años desde ese deslumbrante Wish (1992), que para casi todos era lo último importante que había publicado The Cure. Eso, unido a los anuncios de vuelta a terrenos introspectivos y solemnes, junto a la constatación final de la crudeza sentimental que exuda el álbum, iba a desatar una euforia que siempre he visto un poco exagerada.

La idea de que Robert vuelve aquí a deshojar las flores negras de la desazón que tan bien despedazara en Disintegration (1989) o Pornography (1982) es el motor para el carisma casi inmediato del que gozó esta obra. Y sí, sobre todo si lo comparamos con Wild Mood Swings (1996), aquí hay un giro severo hacia la oscuridad, la rugosidad eléctrica y un pesimismo que se hunde en lo más profundo del alma. Una truculencia lírica y sonora que por momentos nos devuelve a los mejores Cure en mucho tiempo. Ahora bien, comparar esto con las obras maestras de la banda me parece simplemente absurdo.

Y además, tampoco era necesario. Creo el disco se hace entender perfectamente por sí mismo. Un álbum que enamora en su sencillez, en ese toque acústico que parece la base de todo y en ese empleo de las guitarras eléctricas para subrayar el detalle o morder con fuerza en momentos contados y colocados con precisión quirúrgica. Tampoco hay que olvidar que estamos ante nueve temas que se acercan a la hora, de los cuales solo uno baja de los cinco minutos. Y esto da fe de la profundidad de un disco que podría haber funcionado mucho mejor, pero al que le cuesta un poco rodar. 

Una obra que, también es verdad, como bloque es muy grande. Ahí está la baza de Bloodflowers: en una coherencia casi obsesiva capaz de hacerte olvidar que hay una línea entre la introspección y el aburrimiento, la cual no estoy seguro de que no traspasen los británicos un par de veces, pero que cuando consigo sumergirme en esta música, me acaba importando un pimiento.

★★★☆☆

1 Out of This World 6:43
2 Watching Me Fall 11:13
3 Where the Birds Always Sing 5:43
4 Maybe Someday 5:06
5 The Last Day of Summer 5:36
6 There Is No If... 3:43
7 The Loudest Sound 5:09
8 39 7:18
9 Bloodflowers 7:28
Total: 57:59

 

Robert Smith ha dicho en alguna entrevista que este es su disco favorito de todos los que ha hecho, cosa que no deja de sorprenderme. Es cierto que el disco tiene una temática clara y que Smith sabe aplicar las metáforas con maestría para contarnos lo mismo de siempre sin llegar a cansarnos, pero querer equiparar el "no quiero hacerme viejo" que domina aquí con el "no quiero crecer" que había impregnado su obra casi hasta este momento, creo que no se puede hacer. La fuerza de la juventud, la rebelión contra el tiempo siempre va a ganar al miedo a perder, por mucho que esta derrota anunciada también tenga su encanto.

El título parece tener que ver con esas Flores del mal (Charles Baudelaire, 1857), colección de poemas que rebosan agitación y ansia por saborear la vida a dentelladas, pero visto lo visto, tiene poco que ver con ellas. Más bien, y así lo reconoció Smith, tanto el título como parte de la temática central del disco viene de una colección de cartas de Edvard Munch en las que el pintor se quejaba de pintar siempre los mismos temas. Algo que a Smith le va que ni pintado y que incide en esa teoría del eterno retorno en el que cualquier artista cae una y otra vez. Al fin y al cabo eso es lo que hace interesante al arte: el buscar la forma de repetirse con elegancia y la cara más dura del mundo.

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