ROCK. A lo mejor te pasa como a mí y no puedes diferenciar lo que han hecho Surfin' Bichos en este álbum de lo que viene entregando Fernando Alfaro bajo sus diferentes pieles, ya sea con Chucho o en solitario. Incluso puede que resuenen aquí algunos tics de lo que Joaquín Pascual nos ha regalado con Mercromina o a su nombre. Supongo que es normal. Debe de serlo, porque como le preguntaban a James Stewart en Anatomía de un asesinato (Otto Preminger, 1959) ante la petición del juez de que el jurado no tuviera en cuenta una alegación improcedente: ¿y cómo puede el jurado borrar de su mente lo que ya ha oído? Ahí está la clave, no se puede, respondía Stewart.
Y ahí está la clave de este retorno. No se puede continuar lo que se abandonó hace treinta años como si nada hubiera ocurrido. Han sido demasiadas las vicisitudes, las canciones y las heridas como para que todo eso no deje su huella en tu obra. Dicho de otra forma, no se puede uno poner el traje de los Surfin' Bichos y retomar la aventura como si se acabara de terminar la gira de El amigo de las tormentas (1994), si es que esta hubiera existido. Esto es así, nos guste o no, y así queda reflejado en un regreso, más que deseado, ansiado por unos fans a los que no les había gustado el final de su película favorita.
En suma, un regreso más que satisfactorio por parte de una banda con cosas que decir todavía. Que no suenen a lo que eran casi es lo de menos. Que la ración de tripas sea más escasa que antes tampoco importa demasiado. ¿Cómo nos va a importar, si sigue estando ahí la voz de Fernando Alfaro, sus versos de redención y unas músicas que solo pueden surgir tras muchos años en la refriega? Suene a lo que suene Más allá, ya sea pop, rock o bossa nova, lo cierto es que conserva el pellizco y el saber hacer de una de las bandas más grandes de nuestro rock. ¿Cuánto vale eso?
★★★★☆
Total: 40 min.
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