ROCK. Lo que más te puede sorprender cuando te aproximes a John Hiatt es que el tío hace rock sin coartadas ni circunloquios. A mí me pasó al menos. Mis expectativas ante su música, basadas en algún tema a medio escuchar, eran mucho más cercanas al country, al folk y a la raíz. Que de todo eso hay, y en no poca cantidad, pero lo cierto es que el ingrediente principal de lo que hace Hiatt es el rock puro y duro.
Un rock de tintes sureños, con mucho soul, pero un rock cargado y humeante. Algo que no tiene nada de malo, claro que no, pero que me ha chocado más de la cuenta. Hasta el punto de que si me tengo que quedar con algo de este disco, el mejor de su puño y letra según la opinión generalizada, es con las lentas. Con esa forma que tiene el de Indiana de deshacer el country hasta hacerlo soul. Con el paladeo sutil y suave al que somete a unas tonadas cuasi perfectas para llevarlas del campo a la iglesia, de la congoja al desgarro. Es en esas interpretaciones, en "Lipstick Sunset", "Have a Little Faith in Me", "Tip of My Tongue" o "Stood Up" en las que se vacía y en las que me cuesta contener las lágrimas. Lo otro, la flama y la filigrana me es más prescindible. Hasta el punto de que la mayoría de las veces me importa un bledo.
Un disco, el octavo en su carrera, que fue curativo para Hiatt. Aunque se encontraba bastante sobrio en la época, era consciente de que había quemado demasiadas balas en forma de oportunidades y ya no pensaba que le quedaran ases en la manga. Su discográfica había prescindido de sus servicios, y fue en ese momento en el que el sello inglés Demon Records confió plenamente en él para este proyecto. Con la insistencia de la disquera y el apoyo instrumental de Jim Keltner (batería), Nick Lowe (bajo) y Ry Cooder (guitarra), que se dice pronto, John Hiatt grabó su mejor disco y el que lo puso en el mapa. Después de trece años de carrera en solitario, al fin podía decir que conocía el sabor de la fama en sus propias carnes, más allá de escribir canciones para que otros se llevaran la gloria.
Así de impresionante o de desequilibrado puede ser Bring the Family. La parada obligada para conocer el talento de un John Hiatt que siempre se entrega en sus interpretaciones hasta que no le queda nada por dar. Las canciones podrán llegarte más o menos, pero que el tío se deja la piel en todas y cada una de ellas al nivel de un Joe Cocker o un Stevie Wonder no admite discusión. ¿Y cuánto vale eso?
★★★★☆
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