Salut les copains! (Johnny Hallyday, 1961)
ROCK & ROLL. Según donde mires, te encontrarás con que, o bien este es el segundo álbum del por entonces Elvis francés, o es el quinto. Lo que sí parece cierto es que fue el primero para la todopoderosa Philips. Un álbum que no parece muy apreciado por el gran público y tampoco por una crítica especializada que, de todas formas, siempre ha mirado por encima del hombro al titán francés.
Por lo que leo por ahí, mucha gente, demasiada para lo que me esperaba, no soporta el hecho de que haya tantas versiones de clásicos norteamericanos aquí. No sé si el par de palabras en inglés que suelta el parisino también escuecen, pero lo cierto es que no pueden con la idea de que esto sea una traslación de esos años cincuenta en los que los EE.UU. exportaron al mundo una música y un modo de vida que venía para quedarse.
En lo que a mí respecta me parece bastante injusta esta apreciación. No solo porque ese pop yé-yé que estaba en ciernes le deba tanto al doo wop y al twist que Hallyday idolatraba, sino porque el rockero francés se destapa aquí como un intérprete volcánico con capacidad para tutear a ese Jerry Lee Lewis al que parece invocar en la portada. Estábamos aún en 1961, no hay que olvidarlo.
Esa es su mejor baza. El haber traducido al francés el rajo y la voluptuosidad del mejor rock & roll. Más vía Buddy Holly que a través de un Elvis con el que le comparaban constantemente, y más en lo dulzón que en lo asesino, pero de cualquier manera con un gusto y una actitud por las que no me extraña que se acabara convirtiendo en un símbolo para la República, que lo acabó acogiendo como uno de sus hijos más ilustres.
★★★☆☆
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