BLUES ROCK. Se dice que cuando a Jimi Hendrix le preguntaban qué se sentía al ser el mejor guitarrista del mundo, él contestaba, "no sé, ¿por qué no le preguntas a Johnny Winter?". Poco importa que no esté claro que el protagonista de la cita sea o no el guitarrista tejano. Si pegas un poco la oreja a este discazo, la anécdota no solo te parecerá plausible, sino total y certeramente real.
Porque la forma única en la que el demonio albino ataca las canciones solo puede venir de una habilidad esculpida a base de la pasión más absoluta. Ya sea por agresividad o por sutileza, Winter parece recoger en sus dedos décadas de tradición y su amor por los clásicos se desborda en sonoridades que escucharíamos también en compañeros de armas como Jeff Beck o Eddie Van Halen. Sin ser lo mismo, poseedor como siempre fue de un estilo propio, la forma en la que domina el mástil, ese ansia devoradora con la que hace chillar y gemir a su guitarra, lo emparentan con todos aquellos que han hecho de ella el instrumento alado e idolatrado del rock.
Este álbum pasa por ser su pináculo, o uno de ellos. Una obra intensa en la que Johnny se explaya a base de bien sobre temas de blues rock sureño y country propios y robados de gente tan ilustre como The Rolling Stones o Bob Dylan. Como Jimi Hendrix, con el que tocó en bastantes ocasiones de manera más o menos informal, consigue hacerlas suyas sin problema. Quizás no alcancen el hálito inmortal de las originales, cosa que sí hacía en muchas ocasiones el Cherokee, pero decir que cumple con solvencia es quedarse muy corto.
Este quinto disco del guitarrista albino es un álbum volcánico y rugiente, con todo el mojo del mejor blues del delta, y el molde perfecto para ese hard rock que hace algo más que anunciar con sus slides infinitas y su feedback tormentoso. Un torrente eléctrico en el que también brillan las baladas, cosa que no nos esperábamos a priori. Justo lo que hacía falta para redondear un disco, eso, fantástico.
★★★★☆
Total: 38:58
Cuando escucho esto, cuando veo a Winter en la portada, con cada gemido de guitarra, no puedo evitar pensar en Jimi Hendrix. Sé que lo he mencionado demasiado en esta reseña, pero por todo esto y por la relación que tuvieron, profesional y lejos de lo que podríamos llamar amistad, no dejo de ver al tejano como el reverso lechoso, el negativo de un Hendrix que, según parece, siempre lo admiró.
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