JÙJÚ. Pieza angular de la world music, este disco, alabado por las más prestigiosas publicaciones, se puede decir que merece toda la atención. El debut tardío del titán nigeriano en un sello internacional supuso su puesta de largo a nivel mundial. Puede ser injusto conocer solo unas gotas del torrente de música que baña al continente negro, siempre tarde y siempre filtradas por las multinacionales de turno, pero es lo que hay. No me cabe la menor duda de que el rey del jùjú ya tendría un buen puñado de obras maestras para el consumo local antes de este disco, pero este es el que nos ha llegado y la verdad es que se merece cada alabanza que reciba.
Eso como mínimo. Que esta fusión de ritmos festivos yorubas y pop diera a conocer este estilo en todo el mundo podrá ser casual, pero al menos logró su cometido. Tarea nada fácil con la dificultad añadida del tono experimental de algunas composiciones, ¿o cómo llamamos a la inclusión de elementos electrónicos inquietantes en la maraña polirrítmica en la que nos sume el guitarrista y compositor nigeriano? Yo la llamo "inmensidad". Y aun así, no se me olvida que el productor, el francés Martin Meissonnier, insistió hasta la extenuación en amputar la fiesta interminable que esta música supone, con canciones que superan fácilmente los veinte minutos. Adé pasó por el aro gustoso. "Para mí no es más que hacer un vestido. Solo hay que unir las diferentes piezas, una a una". Esa fue la idea que transmitió, si bien con otras palabras. Y sí, tiene razón en que toda esta música, por muy separada en pistas que esté, por mucho que la hayan descuartizado, sigue teniendo una coherencia clara y podemos ver sin problema las líneas en las que se unen las diferentes partes.
Con todas estas elucubraciones, con todas las dudas que queramos plantear, se hace imposible no rendirse al baile sinuoso que nos proponen Adé y su banda. Por eso, por mucho que la analicemos y la diseccionemos, la llamemos como la llamemos, esta obra, con sus sintetizadores y cajas de ritmo, adaptada a nuestro gusto y todo lo que se le quiera achacar, ya ha entrado en el canon "occidental". Y no hay nada que discutir al respecto. Por méritos propios ha entrado por la puerta grande hacia la posteridad.
★★★★☆
Total: 43:04
No sé qué vieron en Sunday Adeniyi Adegeye los que manejan el dinero. Todavía es una incógnita para mí cómo pudieron pensar que tenían al nuevo Bob Marley entre sus manos. Jefe de su tribu, figura reverenciada en su país, un auténtico titán como no podemos imaginarnos en nuestra diminuta y cerrada mente occidental, el músico ya contaba con todo lo necesario para sentirse todo un triunfador.
Pero está claro que alguien vio chicha en un filón que al final no llegó a reventar como los ejecutivos esperaban, pero que al menos puso en valor para el resto del mundo a una figura del calibre de Ali Farka Touré o incluso de su compatriota Fela Kuti. Su música era sedosa, bailable, cálida... Y eso, en los primeros 80, tenía un valor incalculable. Hoy podemos decir que, aunque no haya repartido millones a mansalva a los enterados de turno, el tiempo no ha dañado ni una mijita su poder hipnótico y su influjo sanador. Por algo será.
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