martes, 23 de abril de 2013

Demoliendo la eternidad

 From Her to Eternity
(Nick Cave & the Bad Seeds, 1984)
 

ROCK APOCALÍPTICO. En un torbellino, Nick Cave disuelve a sus abrasivos Birthday Party para empezar esta "deliciosa" aventura con los Bad Seeds. La banda que lo haría mundialmente famoso se foguea en estos momentos iniciáticos como los gurús de una misa pagana, intensa y sulfúrica. Este álbum, su estreno, supuso un asentamiento de los cimientos angulosos y torcidos de los proyectos anteriores de Cave. Una construcción interrumpida por oleadas salvajes de demolición. No se podía esperar otra cosa al fichar a Blixa Bargeld de Einstürzende Neubauten o a Barry Adamson de Magazine.

From Her to Eternity juega en su título con el de la película de Fred Zinnemann y esa es la única concesión lúdica que se permite. Es un disco austero, cosido a cuchilladas, espinoso, cruel y humeante. Y buena parte de la culpa, además de las composiciones, la tienen esos Bad Seeds, que empiezan aquí a buscar un sonido inasible, contaminado, plagado de silencios y chirridos fantasmales. En la grieta que separa "From Her to Eternity" - la canción - y "A Box for Black Paul" encontramos el futuro de un grupo inimitable. Esas guitarras brumosas que apuñalan las líneas de piano, ya sean estas líricas o vanguardistas, son el colchón ideal para que Cave se revuelque como un poseso. 
 
Da igual si versionan a Leonard Cohen o te hablan de santos, moscas y miserias. Todo aquí tiene un propósito malsano, una pasión febril que, eso sí, había que controlar y dirigir hacia un objetivo concreto. No se puede tener todo, pero es que aquí ya hay muchísimo.
 
★★★★☆

A1 Avalanche 5:03
A2 Cabin Fever! 6:12
A3 Well of Misery 5:24
A4 From Her to Eternity 5:33
B1 Saint Huck 7:22
B2 Wings Off Flies 4:06
B3 A Box for Black Paul 9:42
Total: 43:22

Esa foto de portada con ese vampiro casi adolescente que era Nick en esos años berlineses me transmite todo el deseo, el ansia y también las dudas que debían asediar al australiano en esa época en la que estaba empezando un proyecto que lo iba a convertir en uno de los más grandes.

Esa instantánea, el sonido metálico y aplastante de este debut, esa participación en la seminal y más que significativa El cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1987)... Demasiadas imágenes, demasiadas ideas las que acaban aplastándome como la avalancha que es esta obra maestra contrahecha y reptante. A veces me cuesta abarcar su auténtico poder, pero es imposible no intuir que está ahí agazapado y acechándote.

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