TRIP HOP. Estas imágenes son importantes porque ayudan a pintar el cuadro completo de Portishead. La madera, los controles de volumen, el respeto religioso del respetable... todo juega su papel fundamental en un sonido, una imagen, una emoción, únicas. Con el tiempo el directo de este grupo se ha hecho mítico y en parte gracias a esta grabación donde se nos presenta a una banda excelsa, ocupando el escenario del, en principio, poco glamuroso Roseland de Nueva York.
La disposición sobre el escenario ya anuncia que esto va a ser algo especial. Beth Gibbons en el centro de un círculo perfecto, la orquesta escoltando inmaculada y el resto de miembros del grupo adueñándose del foso con maestría y gravedad. La base perfecta sobre la que construir un concierto serio, preciso, imponente.
Las canciones se suceden con una naturalidad fluida. Los dos discos publicados hasta ese momento se reparten el repertorio de forma casi simétrica aunque con ventaja clara para el segundo. Beth Gibbons canta con una precisión y un sentimiento casi ultraterrenos, el grupo ejecuta sus partes de manera sublime y la orquesta se integra tan bien que apenas se hace notar. Una suma de aciertos que resultan en una interpretación milimétrica de la música hipnótica y fílmica de los de Bristol. No son de extrañar, pues, los momentos de éxtasis que capta la cámara entre un público frío por fuera, ardiendo por dentro. Un ardor que acaba erupcionando con esa traca final que forman "Glory Box", "Roads", "Strangers" y un vibrante "Western Eyes" que hace levantarse al público e incluso bailar. Para que luego los llamen tristes.
★★★★☆
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