Berry dominó y definió todo lo que debía tener un músico de rock. El apartado compositivo con temas afilados como cuchillas. La inclusión de esos solos demoníacos. El aspecto gestual y guasón que copiarían tantos y tantos guitarristas y frontmen futuros. Y no olvidemos las letras, livianas y llenas de sentido en su hedonismo. Un cóctel que apelaba al instinto y a lo atávico del ser humano. Una combinación en la que la jeta se antepone a lo intelectual, lo espontáneo a lo pomposo. Todos podéis hacerlo, parecía decir. Y aún así cualquiera se daba cuenta de que esa maestría no estaba al alcance de cualquiera.
Estas veintiocho canciones son un contenido mínimo en cualquier currículum que pretenda glosar las enseñanzas del rock. Ellas solas componen un temario imprescindible para todo el que pretenda saber de qué va esto. Imparten magisterio pero a la vez son una gozada por mucho tiempo que pase. No hay lugar para la duda. Todo un monumento a la música popular en cualquiera de sus vertientes. Después de esto nada volvería a ser igual. ¡Cágate Beethoven, lo tienes crudo!
El disco cubre los 9 primeros años de Berry en Chess, su etapa dorada. Por ello es el recopilatorio definitivo del artista aún no cubriendo su carrera al completo. Lo es por la selección musical y por tener la capacidad de atraer tanto al oyente casual como al experimentado. Se han hecho otras recopilaciones pero al final todas acaban pecando de demasiado escuetas o demasiado enciclopédicas e inabarcables.
No me cabe duda de que eso ha influido decisivamente en la perdurabilidad de una obra que está entre los mejores discos recopilatorios jamás publicados.
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