lunes, 11 de octubre de 2021

¡¡¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!!!

Grinderman 2 (Grinderman, 2010)

 

ROCK PUTERO. Segundo intento y con cuerda para rato. Cave demuestra que es capaz de repetir al poco tiempo de darnos duro con Grinderman (2007). Parece que el aguante del australiano y sus compinches no tiene límites. En una demostración de potencia sexual vuelve a poner sus atributos sobre la mesa con autoridad y sabiduría.

Empieza desatascando con el ímpetu de "Mickey Mouse & the Goodbye Man". Embestidas y empellones que retoman donde lo dejó con "Getting On" y "No Pussy Blues". Continúa psicodélico con las oscuras y borboteantes "Worm Tamer", "Heathen Child" y "When My Baby Comes", auténticos nidos de serpientes de veneno mortal. Piedras de toque densísimas que hacen palidecer temas más flojos que se hunden en lo etéreo ("What I Know") y en lo manido ("Evil"). Sensación que es pronto superada con la vuelta al blues más sudoroso y tenso en una gloriosamente impura "Kitchenette" y en ese cierre de electricidad supurante que es "Bellringer Blues". En medio, un sabroso intento por sonar accesibles, el pop rocoso de "Palaces of Montezuma", más que meritorio.

Y ya está. Cuarenta minutos de sexo duro y sangriento en la confirmación de que la última encarnación de Nick Cave tiene enjundia y recorrido más allá de la simple anécdota. Sin aspavientos ni filosofías baratas, solo crudeza en un rock que aparca las florituras en favor de la verdad más primitiva y epidérmica. Nada recomendable, por supuesto, más bien inevitable.

★★★★☆

1 Mickey Mouse and the Goodbye Man 5:43
2 Worm Tamer 3:14
3 Heathen Child 5:00
4 When My Baby Comes 6:49
5 What I Know 3:20
6 Evil 2:56
7 Kitchenette 5:17
8 Palaces of Montezuma 3:33
9 Bellringer Blues 5:31
Total: 41:23

 

Pulsión sexual al límite, imágenes extremas entre la inocencia y la perversión. A eso juega el predicador en esta reencarnación blasfema y (mucho hay si se lee entre líneas) con su toque de humor y sarcasmo. 

 

Cave siempre ha sido un maestro a la hora de reírse de sí mismo. Así ha hecho mucho más digerible y creíble su potaje lleno de culpa, mística y redención. Así nos ha colado sus paranoias religiosas como si de actos de fe se trataran. Actos de fe que hemos acatado sin pestañear.

Porque siempre nos ha mostrado el lado nauseabundo del amor y lo ha enfrentado a la belleza más prístina. Y eso cada uno lo digiere como puede. Personalmente, siempre se me viene a la cabeza el cuento de Caperucita Roja con este disco. Por el lobo de la portada, por los aullidos, por la perversión acechante, por cosas que asaltan nuestras mentes y que nadie se atrevería a confesar jamás.

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