GRUNGE. La entrada a tumba abierta en el profesionalismo significó el agujero negro por el que se dejarían engullir los australianos. Un caso flagrante de cómo la fama prematura y excesiva puede influir negativamente en una banda. Dejando a un lado si merecían o no las loas que cosecharon con Frogstomp (1995), una cosa queda clara con esta continuación: había más medios de todo tipo y había que explotarlos al máximo.
La producción bombástica impacta, pero el moratón se va en segundos. El nivel de azúcar en las lentas es tal que hace que el álbum se tambalee y se derrumbe sin remedio dejándonos la sensación perenne de que algo se ha perdido para siempre. La frescura, el amateurismo… No se trata de sobrevalorar las cualidades revitalizantes de tales sustantivos. Es que cuando no hay mucho donde agarrarse, siempre queda eso. Y aquí, con tanto engolamiento, ni siquiera eso nos puede confortar.
★★☆☆☆
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