Havilah (The Drones, 2008)
ROCK. Los Drones descubren la civilización y se entregan jubilosos a la celebración de la vida. Tampoco es que esto sea ninguna fiesta precisamente, aunque si lo fuera, sonaría más bien a musical de Broadway electrocutado, con sus momentos de oropel bombástico y sus minutos de la basura. Con todo lo bueno, lo malo y lo regular que tiene el darlo todo sin dosificar.
Los de Gareth Liddiard suenan aquí más entregados y más que cómodos a la hora de entregar un rock de extremos en el que conviven baladas aletargadas y movimientos tectónicos sobrecogedores con ese martillo de los dioses que es la batería de Mike Noga. Una convivencia que nunca es fácil, pero que se convierte en la salida más natural para estas composiciones en las que Liddiard sigue mirándose en Nick Cave o los Triffids para seguir construyendo su gran novela personal.
Otra cosa es que te moleste especialmente el brillo del neón y encuentres insoportable la sobreactuación. Ahí es donde el artefacto puede empezar a hacerse indigesto a pesar de todas sus guitarras crujientes y sus atractivos riffs invertidos. Un disco requetepensado, perfectamente influido por su entorno y muy bien resuelto, pero para nada cerca de la perfección. Que tampoco es que sea esto último el colmo de lo deseable, pero...
★★★☆☆
El título, como en el disco anterior, viene directamente del lugar en el que lo grabaron. Havilah es un valle situado a 20 km. de Myrtleford, residencia de Gareth Liddiard y Fiona Kitschin (bajo).
Pero además de todo esto, Havilah también hace referencia a la ciudad bíblica donde el oro abundaba por doquier. Esa especie de Shangri-La o de Eldorado que ha nublado la razón de los hombres desde el principio de los tiempos.
Un juego muy sugerente que demuestra que este grupo siempre se ha tomado las cosas muy en serio y merece todo el respeto que ha ido amasando, aunque como casi siempre, nadie parezca haberse enterado de su existencia.
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