GUITARRA FORESTAL MÍNIMA. Sutil experimento para guitarra eléctrica. Los ecos amplificados revolotean por la habitación sobre bases rítmicas electrónicas y ocasionales baterías que subrayan detalles y nunca avasallan. Se trata de un viaje tranquilo con Vini Reilly como guía sereno, virtuoso y perturbador. Un disco que hace pensar y que deja hacerlo entre pespuntes delicados y arrebatos jazzísticos en baja fidelidad.
El grupo fue una de las primeras apuestas de Factory Records, el mítico sello que también "descubrió" a bandas como Joy Division, A Certain Ratio o Happy Mondays. Por ello, la banda fue inmediatamente encuadrada en un movimiento postpunk y new wave que nunca se ajustó a lo que hacían Reilly y sus secuaces. Lo suyo, por muy experimental que fuera, estaba muy lejos de una rabia distorsionada que el guitarrista de Manchester consideraba intolerable.
Así lo demuestra en esta pequeña gema en la que podemos apreciar un tratamiento novedoso y único en esa guitarra eléctrica que Vini sabe multiplicar en mil ecos que parecen venir de muchos sitios a la vez, pero también sabe hacerla susurrar y callarse cuando toca, vibrar nerviosa, brillar cristalina o enfundarse el luto más solemne. Todo rodeado de unos pedales de efectos que en sus pies no son una excusa para tapar carencia alguna, sino la paleta maravillosa con la que pintar este precioso cuadro. Como en un haiku, con Reilly lo mínimo se reduce a su esencia en píldoras de mil colores que si no llevan el menos es más a otra dimensión, sí que marca el camino a seguir en esto del minimalismo aplicado al pop.
★★★★☆
El título del disco se deriva de la Internacional Situacionista (SI), organización revolucionaria adepta a las ideas del marxismo libertario y que se nutría de gente del arte vanguardista, intelectuales y teóricos de la política. Una asociación que deja ver los intereses y las sanas inclinaciones de Vini Reilly y sus compinches, pero que tampoco revela mucho acerca de lo que suena aquí, más allá de un ansia experimentadora fuera de toda duda.
Sin embargo sí que relaciono el disco, obtuso de mí, con lo forestal y lo selvático. Con una naturaleza que por muy enlatada que se presente y por muy fría que se despliegue en cortes de marcialidad glacial, florece de alguna forma entre cantos de pájaros (robóticos) y vergeles de arpegios extasiados por el eco.
Por eso traigo a colación ese Parlamento de las aves en el que Geoffrey Chaucer nos sumerge en un sueño en el que las aves dialogan el día de San Valentín para escoger sus parejas para la próxima primavera. Por mucho que esta obra de finales del siglo XIV no tenga nada que ver con la modernez que trata de exudar este álbum, hay algo en ambas que se acaba conectando en mi cerebro.
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