Home Is Where the Music Is (Hugh Masekela, 1972)
AFROJAZZ. Siguiendo los consejos de Miles Davis, Masekela fue ahondando progresivamente en sus raíces africanas. Se puede ver claramente en este álbum, en sus sonoridades abiertas y profundamente espirituales. Haz lo tuyo, le decía Miles, y no sigas el camino que te marcamos aquí. Sin duda era difícil para el saxofonista sudafricano abstraerse de todo lo vivido en su exilio estadounidense. Como también le debía resultar imposible refrenar unos recuerdos del terruño que lo iban a poner entre los grandes.
Este duodécimo trabajo es el reflejo de esa mezcla de sensaciones, esa turbulencia vital que el trompetista inocula en sus interpretaciones. El músico se explaya sobre composicionies de Caiphus Semenya, principalmente. Y el compositor sudafricano capta la esencia tanto de la Gran Manzana como de las praderas interminables de su tierra con una sutileza y una precisión epatantes. En composiciones que Masekela y su banda estiran para recordarnos la vastedad de la sabana y la profusión interminable de los ríos del continente negro. Así da vida a todo un disco doble que se mira sin ruborizarse en las obras más salvajes de Miles Davis, influencia y mentor impagable para el sudafricano.
El espíritu del autor de Bitches Brew (1970) está aquí, está claro. Cosa que no quita ni un ápice de personalidad a un trabajo rompedor, porque empieza en lo local para llegar a lo universal. Un disco multifacetado que sabe cuándo tiene que sonar caliente y cuándo detenerse para hurgar en nuestros sentimientos en carne viva. Una obra en la que hay espacio para todos, para el piano, los vientos, las percusiones e incluso para la voz en una melopea final que quiere dejar bien clarito de dónde viene todo esto. El Pulmón de África, así llamaban a Masekela. Después de disfrutar de esta barbaridad, no puedo decir que no entienda el porqué.
★★★★☆
Masekela era conocido como el Pulmón de África. Su mujer, Miriam Makeba, como Mamá África. Dos ejemplos de artistas mayúsculos que probablemente no hubieran tenido el mismo éxito si no hubieran salido de su tierra. Nuestro etnocentrismo es tal, que solo nos tragamos lo exótico si nos lo sirven con ropajes que podamos entender y acoger como propios.
Una injusticia total que me hace pensar en la cantidad de artistazos que nos estaremos perdiendo por esta ceguera selectiva, por este racismo cultural que nos domina. Hugh Masekela ha dejado una impronta imborrable en Occidente, pero no podemos olvidar que lo suyo, por mucho que bebiera del continente negro, no deja de ser jazz perfectamente vestido para el delicado oído del hombre blanco. Debemos maravillarnos ante el soplido del sudafricano, no me entiendan mal, pero tampoco debemos olvidar que él es tan solo la punta del iceberg. O quizás ni siquiera sea la punta. No hay manera de saberlo aquí sentados en nuestro sillón.
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