ELECTRÓNICA OSCURA. ¿Los suecos se vuelven étnicos? Eso es lo que nos grita la apertura de su nueva "obra maestra". Y aunque el latido selvático lo infecta todo siquiera levemente, los siguientes temas huyen de eso en pos de una cabalgada furiosa entre lo trepidante y lo turbio.
Un sonido metalizado y contundente que se construye a partir de los sonidos sintéticos más duros y de esa forma de cantar de Karin que la coloca a medio camino de Björk y Kim Gordon. Conatos de ruidismo y bucles experimentales redondean la jugada para que nos reafirmemos en nuestra apreciación.
Esos son los materiales no tan nobles pero sí originales con los que trabaja el dúo sueco en un obrón que se les va hasta pasar la hora y media. Dos volúmenes en CD que tratan de contener el ansia, el ardor y el nervio de estos productores metidos a músicos con los que sueña cualquier moderno que se precie de serlo en los albores del tercer milenio.
¿Y qué pasa si la electrónica es algo de lo que solo picoteas de vez en cuando? Pues que el disco se te puede hacer muy cuesta arriba. Que los momentos de epifanía no contrarrestan todos esos minutos de electrónica machacona que, por muy cerebral que sea, o precisamente por serlo, puede acabar dándote un buen dolor de cabeza. Si no tienes ninguno de estos síntomas, lo más normal es que goces a tumba abierta de un álbum que se desborda en todos los sentidos y que difícilmente se va a parecer a algo que hayas escuchado antes. Un álbum que contiene demasiada disonancia, demasiado ruido, demasiadas capas y demasiado silencio como para no reconocer las toneladas de talento con las que ha sido forjado. Aunque sea una experiencia que no recomendaría a todo el mundo ni a la que deba nadie someterse demasiado a menudo.
★★★☆☆
Este disco empieza trayéndome a la mente la oscuridad subyacente en todo entorno natural por muy verde y rozagante que aparezca. El mal oculto en medio de la selva, de la humedad y el aire puro. Unos sentimientos turbios que han quedado retratados más que bien en películas como La selva esmeralda (John Boorman, 1985) o más tangencialmente y con más matices en Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979).
Que luego, durante su más de hora y media, el álbum devenga en otra cosa no debe diluir esta sensación que nos inocula entre capas de electrónica y modernez. ¿Que los opuestos no se tocan?
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