CHANSON. Jacques Brel se estrenó con lo que hoy en día llamaríamos una maqueta. Se trataba de un 78 revoluciones grabado por su cuenta, el cual contenía dos canciones, "La foire" y "Il y a". Cuando la periodista Angèle Guller lo escuchó, decidió enviárselo a Jacques Canetti, cazatalentos y director artístico de Philips. Corría el año 1953 y este gesto iba a significar el primer paso hacia el estrellato por parte de un Brel que no iba a tardar en dejar Bruselas por París en julio de ese mismo año respondiendo a la llamada del que iba a ser su mayor valedor en esos años difíciles.
A este salto sin red le siguieron actuaciones sin pena ni gloria y la grabación de su primer larga duración, este que nos ocupa. Un disco que no llega a los veinte minutos y que no tuvo impacto alguno en una escena dominada por nombres tan aterradores y gigantescos como los de Léo Ferré, Georges Brassens o Juliette Gréco. Por no nombrar a ese albatros inalcanzable que seguía siendo Édith Piaf, que se encontraba en su más gloriosa madurez. A nosotros, conocedores del alcance que tendría el belga, nos puede parecer sorprendente, pero lo cierto es que este disco no lo tenía fácil para impresionar más allá de sus pocas o muchas virtudes. Y la verdad es que no lo hizo en absoluto.
Una circunsancia que no puede opacar lo que el disco contiene. Y es que lo que queda claro tras escucharlo tantos años después es que estamos ante una obra seria y sencilla, pero sólida hasta decir basta. Un trabajo que ya nos muestra a un intérprete único. Uno que deja claro que no va a entregar baratijas y que su intención es siempre aspirar a la eternidad. Aquí nos encontramos pequeñas chansons gigantescas entre las que destacaría "La haine", "Grand Jacques", "Il nous faut regarder" o "Sur la place", aunque la verdad es que no hay mucho que achacar a este disco antiguo que se acaba haciendo demasiado corto.
★★★☆☆
Total: 19:29
Está en su cante, en una socarronería más que ácida, en sus gestos y su forma de comunicar... Escondido o abiertamente expresado, Charles Chaplin y su personaje de Charlot se materializan cada vez que Brel abre la boca. No en todos los momentos, no en todas las canciones, pero sí lo suficiente como para que su presencia invada mi subconsciente y lo haga merecedor de aparecer de la mano del que iba a ser en pocos años uno de los mejores intérpretes que hayan cantado sobre un escenario.
Dos genios, para mí, de la mano hacia la eternidad.
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