CHANSON. Y después de la indiferencia más absoluta... Bueno, no es que llegara el éxito sin paliativos ni nada de eso, pero sí que al menos el autor belga empezó a ser reconocido, en buena parte, por la canción titular de este segundo álbum, la cual puede ser considerada su primer pelotazo inapelable. Un tema que nació inspirado por la revolución húngara de 1956 y que habla del poder ilimitado del amor sobre todas las cosas.
Un tema espinoso en lo político, sin duda, y una idea que puede parecer algo ñoña a priori, lo que la hace un éxito aún mayor cuando los versos y las orquestaciones ideadas por el cantautor anegan nuestros oídos y nuestra alma de forma inapelable. "Y así, sin tener nada más que la fuerza de amar, tendremos en nuestras manos, amigos, el mundo entero". Así termina una de las canciones más conmovedoras de su repertorio y así empieza un disco que mantiene el tipo en todo momento aun no alcanzando las cotas de emoción de esta apertura.
Una joya que agregar a un repertorio que se engrandece también con sus nueve compañeras en poco más de veinticinco minutos. Un álbum que nos sigue dejando con hambre y en la que el belga reposa la cadencia en chansons que suenan a películas viejas y a fotos en sepia de algún antepasado ilustre (o infame). Una obra muy intensa y muy, muy corta otra vez.
Segundo intento y vuelve a tocar hueso. Sin ser un trabajo exultante, sí que nos pone delante a un intérprete, digámoslo una vez más, tremendo.
★★★☆☆
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