FOLK. Isobel Campbell y Mark Lanegan. La dulzura y el veneno, lo prístino y lo lúgubre, la bella y el bestia. Dos almas tan antagónicas que a nadie le extrañó que acabaran juntándose para un fin común. Al fin y al cabo tenía que haber un lugar de encuentro entre el pop bucólico y descaradamente emocional que la escocesa facturaba con Belle & Sebastian y el blues pantanoso y tétrico que Lanegan venía escupiendo por su garganta desde sus tiempos en los Screaming Trees.
Ese lugar común tenía que existir. Otra cosa es que pudiéramos imaginarnos dónde estaba. Eso era ya más difícil. Precisamente lo que tratan de explicarnos aquí los dos. En un disco que es todo un homenaje al folk más crudo, al más confesional y al más misterioso y sobrenatural. Con la gracia de una y los demonios del otro. Una colaboración en la que manda Campbell, que quede claro. Ella compone la mayor parte del material, toca un millón de instrumentos y canta, dejando el espacio justo para que Lanegan haga lo suyo, eso sí, con su habitual solvencia y con ese pellizco con el que su voz siempre nos toca en lo más profundo de nuestro ser.
Sin más circunloquios rastreros, un pedazo de disco que merece todas las loas y nominaciones recibidas, los Mercury incluidos. Ballad of the Broken Seas es un pequeño viaje de iniciación para un público que no se esperaba tamaño exorcismo por parte de unos músicos ajenos (Campbell) o experimentados (Lanegan) en los terrenos de la americana. Una obra gustosa, bien salpimentada y que siempre sienta bien. Y perdónenme, porque sé que dicho así suena como si fuera algo fácil de conseguir.
★★★★☆
La inmersión en el folk que nos propone la pareja aquí me remite directamente a ese Murder Ballads (1996) con el que Nick Cave nos sorprendiera justo una década antes. Un disco en el que, entre otras muchas cosas, impacta su colaboración con PJ Harvey y sobre todo con una Kylie Minogue que nadie se esperaba.
Entrar a tasar si las colaboraciones mencionadas fueron más exitosas que esta que nos ocupa es una tarea futil. Sobre todo porque en el caso del australiano él llevó las riendas del proceso creativo en todo momento, mientras que en esta obra la que tomó la iniciativa y el control fue la escocesa. No sé si será por ese toque femenino o no, pero lo cierto es que a mí este disco me gusta más que el de las baladas de asesinato. Al menos en su conjunto. Me parece mejor acabado y más personal, no sé, más redondo. Sin menospreciar al bueno de Nick, artista mayúsculo y portentoso de pleno derecho, que quede claro.
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