PUNK. El segundo disco de los de Cleveland acabaría con ellos. Ni el productor Felix Pappalardi ni la banda estaban por la labor. El primero nunca entendió la música del grupo, o eso decían ellos, pero la actitud de Stiv Bators y los suyos tampoco era la más indicada, embarcados como estaban en una espiral de violencia y adicciones imposible de sujetar.
Por todo eso las sesiones de las que salió esta continuación a su salvaje estreno, Young Loud and Snotty (1977), fueron de todo menos productivas. La banda intentó reclutar a James Williamson (The Stooges) para que arreglara el desaguisado, pero tampoco pudo ser y tuvieron que conformarse con lo que habían grabado con Pappalardi.
Unas tomas que tampoco están tan mal, seamos justos. En ellas se aprecia un giro claro hacia el punk que se facturaba en las islas británicas, con los Sex Pistols y los Buzzcocks a la cabeza. Un movimiento algo edulcorado que puede chocar viniendo de una banda con tanta mala leche, pero que tampoco agua tanto un sonido que sigue cargado de veneno y vitriolo a manos llenas.
No, en el disco sigue habiendo motivos para el gozo del rockero más irredento. Y no solo lo digo por una "Ain't It Fun" que está entre mis canciones favoritas de siempre. Sobre todo en el primer tramo se hace difícil no prestar los cinco sentidos a un grupo de canciones que siguen jugando con la insolencia y el descaro sin tapujos. Unas canciones que supuran peligro a pesar de que han perdido buena parte de esa electricidad malsana con el que los Dead Boys nos destriparon en su debut.
Ya sabemos que las comparaciones son odiosas, pero como ya he dicho en más de una ocasión, también son inevitables. Lo que está claro es que comparaciones al margen, este segundo álbum cuenta con un aura maldita que en cierta forma aumenta su leyenda. No olvidemos que iba a ser el último de un grupo que acabó consumido por sus propios demonios.
★★★☆☆
No hay comentarios:
Publicar un comentario