Adolescent Sex (Japan, 1978)
NEW WAVE. Japan, o bien empezaron muy perdidos, o supieron cómo jugar al despiste desde el primer momento. Este disco plagado de funk, soul, glam e incluso acid jazz no es en ningún caso esa versión inglesa de los New York Dolls que nos habían prometido. Según las biografías de la banda, eso es lo que pretendían, no solo con el bautismo de sus tres miembros fundadores en honor a las cabezas visibles de las muñecas neoyorquinas, sino con la búsqueda de un sonido en el que la brillantina quedara hecha cenizas a base de espasmos eléctricos.
Lo que les salió, sin embargo, puede tener un aire a ese proto-punk glamuroso, sobre todo en algún que otro exceso de Rob Dean a las seis cuerdas, pero es sin duda un aire muy lejano. Lo que suena aquí puede invitar al baile tranquilo, a la meditación o al alcoholismo, pero no a reventar cráneos. Ahí están esas eyaculaciones de sinte, que no por formulaicas o previsibles, dejan de resultar atractivas (para según qué publico, claro). Y ahí está ese sonido de raíz negroide que no nos esperábamos en absoluto (yo al menos, claro).
Con algunos toques progresivos y de pura seda como los que vertebran temas tan distintivos como "Wish You Were Black" o "Performance", parecen acercarse más a Steely Dan que, digamos, a unos T-Rex con los que nuestras mentes calenturientas pretendían relacionarlos. Cosas estas que no son malas de por sí. De hecho, aunque para muchos sean avisos de peligro de aburrimiento terminal, creo que acaban revistiendo a Japan de una clase y una elegancia que no está al alcance de todo el mundo.
Puede que el disco haya sido maltratado por un buen sector de sus seguidores (otros lo adoran como el mejor), y es bien sabido el hecho de que David Sylvian lo calificó como un error que ni siquiera podía ser llamado el estreno de la banda, pero para mí basta con centrarse en los vapores orgánicos y perturbadores de ese cierre en la cumbre que es "Television" para poder apreciar que esto, sin ser la panacea, sí que es un álbum valiosísimo, como mínimo, para captar la grandeza de una banda que supo ser especial a base de intentarlo desde el primer momento.
★★★☆☆
Con un título equivalente a ese letrero de "¡Sexo gratis!" con el que hace un tiempo se adornaban multitud de anuncios de toda clase con el único objetivo de llamar nuestra atención, Japan iniciaron una carrera discográfica que fueron modelando a golpe de ensayo y error en una evolución tan sorprendente como suculenta.
Sus dos primeros álbumes son los más orgánicos, aquellos en los que, además de otros instrumentos, podemos decir que mandan las guitarras. Y si no mandan, sí que tienen un papel importante al menos. Esto se olvidaría en sus siguientes movimientos en favor de los sintetizadores y cualquier cosa que ayudara de manera más bestia a crear las atmósferas que buscaban, pero aquí están como el recordatorio perenne de que el grupo surgió a raíz de la adoración de sus tres miembros fundadores por los New York Dolls.
Así queda patente en su bautismo para el arte. Ni David Sylvian ni Mick Karn ni Steve Jansen se llamaban así, sino que se pusieron esos nombres en honor a David Johansen, Arthur Kane y Sylvain Sylvain, cabezas visibles de la banda neoyorquina de sus amores. Una maniobra algo simplona y casi burda, pero que viene a demostrar una vez más que nos debemos a nuestros ancestros y que nada viene de la nada.
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