CANCIÓN DE AUTOR. Sabina en el pico de su éxito. Más de 400.000 copias despachadas de este álbum, el octavo, así lo refrendan. Un éxito que podríamos decir que, en general, sí que va de la mano de la calidad. Con todos sus problemas, sus vicios adquiridos y sus apestosos lugares comunes, hay que decir que Física y química confirma que Sabina ha encontrado una voz que, si bien puede que ya fuera suya desde hacía tiempo, florece aquí en plenitud. En su plenitud, al menos.
Con todos sus problemas, he dicho. Y es que a mí Sabina siempre me va a chirriar, he de admitirlo. Aquí menos, solo en la primera parte del álbum, pero menos. Cómo no bajar las defensas ante canciones como "Y nos dieron las diez", que por muy exquisito que me ponga, tengo que reconocer que merece toda la aureola mítica que la envuelve. Uno de los temas más señeros y emblemáticos del ubetense. Tan genial que, como no se cansa de recordarnos, muchos mariachis en México lo tocan pensando que lo ha escrito un mexicano. Una mímesis de la que disfruta con su risa socarrona. Una risa que a veces se transforma en mueca desencajada y que hace que se pase con la verborrea sin medida ni filtro.
Una verborrea que le hace entregar cosas tan dudosas como "Todos menos tú" y que le hace soltar sus ripios de más en una recta final que se acaba cargando todo lo bueno que había construido hasta "La canción de las noches perdidas". No, Sabina no tiene discos redondos, simplemente no son lo suyo. Es un dios de la ocurrencia, del oportunismo lírico y a veces del dardo en el corazón. Un artista más irregular de lo que nos cuentan, más humano que divino... Un gran artista en definitiva, bastante menos que un genio y bastante más que las baratijas que nos hacen pasar por poetas del pop. Y si quieres comprobar todo esto en tus carnes, este disco, uno de los mejores según él mismo, es una demostración magnífica de ello. De lo bueno y de lo malísimo.
★★☆☆☆
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