BOSSA NOVA. Tercer disco en tres años y Gilberto vuelve a dar en la diana por tercera vez consecutiva. Manteniendo el estilo y el nivel arreglístico de sus dos hermanos mayores, este disco, titulado con el nombre del guitarrista, quizá acabe estando un poco por debajo de dichos álbumes, muy poco en cualquier caso. Será por la selección, inmaculada pero no tanto, o por un tono un pelín demasiado más moroso, pero lo cierto es que, siendo grandioso, parece algo más apagado que sus hermanos mayores.
Me arriesgo a pecar de mezquino, y lo hago porque creo firmemente que una obra musical no solo debe tasarse teniendo en cuenta sus fortalezas y debilidades, sino que hay que analizarla en su contexto, sin olvidar a sus otras obras hermanas, las cuales también contribuyen a explicarla y valorarla. Unos detalles tan nimios que casi hubiera sido mejor no mentarlos, ya que este impecable primer disco homónimo del bahiano acaba creciendo con las escuchas para revelarse como otra esplendorosa colección de tonadas a la gloria de los popes de siempre.
Si acaso habría que remarcar, pero en lo positivo, la colaboración del organista y compositor Walter Wanderley. Un rasgo distintivo que no acaba de separar al disco del tono que venía cultivando Gilberto, pero suma enteros a un acabado que puede estar perfectamente entre lo más triste y melancólico que nunca haya grabado el esposo de Astrud Evangelina Weinert. Y ya sabemos que visitar tales profundidades significa que estamos hablando de cosas demasiado importantes como para ponerles defectos. Aunque yo, maldito sea por siempre, lo haya intentado.
★★★★☆
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