POP AL PIANO. John Grant da con el santo grial que teníamos en nuestras narices. No, no ha inventado nada y no ha buscado la originalidad más rabiosa. Simplemente ha mamado todo lo que ha podido de los mejores. Algo que parece que está al alcance de cualquiera, pero deglutir infuencias tan sagradas como Elton John, David Bowie o The Beatles, y hacerlo bien, no es algo que pueda hacer todo el mundo.
O tal vez haya hecho todo eso de manera indirecta, a través de otras fuentes igualmente jugosas, pero de segunda o tercera generación. Que todo el mundo lo compare con Rufus Wainwright, Perfume Genius o ANOHNI no deja de ser sintomático. Unas influencias que no por previsibles y facilonas dejan de ser menos ciertas.
En cualquier caso, este disco, su debut en solitario al margen de The Czars, amasó todos los parabienes posibles, siendo nombrado álbum del año en numerosas publicaciones y gozando de un prestigio al que su obra anterior no podía aspirar. Es lo que tienen las confesiones a corazón abierto. Porque eso es lo que nos ofrece Grant en un trabajo que sacó gracias a la insistencia del grupo folk Midlake, fans del músico que no solo actuaron de acicate, sino que son los que lo acompañan en esta grabación.
Y son esas confesiones, esas heridas expuestas, ese proceso vital que supone crecer siendo homosexual en la Norteamérica profunda lo que hace de este disco algo tan especial. Más allá de que entre melodías celestiales y letras inteligentes y cuidadísimas, se cuelen algunos soniquetes no tan logrados (o que simplemente a mí no me enamoran tanto), lo importante aquí es que el cantautor de Michigan ha arrancado las páginas más jugosas de su diario personal y nos las ha presentado con todo el mimo del mundo. Y eso, lo sé positivamente, nos va a engatusar por siempre jamás.
★★★★☆
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