martes, 5 de marzo de 2024

El hombre más solitario del mundo

S.F. Sorrow (The Pretty Things, 1968)

 

ÓPERA ROCK. La que pugna (con pruebas fehacientes de su parte) por ser la primera ópera rock de la historia cuenta la peripecia vital de Sebastian F. Sorrow. No se pregunten qué significa esa "F". Como ellos mismos cuentan, ni Sebastian lo sabe ni parece importarle a nadie. Lo que sí que se nos detallan son los momentos clave de su vida, empezando por su nacimiento, su infancia, matrimonio, la guerra y sus desastres, el fallecimiento de su esposa y esos últimos instantes de su vida en los que Sorrow nos señala con el dedo mientras murmura que no ha habido persona más solitaria que él.

Toda una historia que, por mucho que peque de estrafalaria, deshilachada y hasta predecible, no deja de ser un hito a la hora de sembrar la simiente de una nueva forma de hacer discos. El cantante, Phil May, ya lo dejaba claro en su momento. No entendía cómo todo el mundo se dedicaba a llenar las dos caras del vinilo con canciones inconexas hasta llegar a la duración deseada. Sin ton ni son. Ellos se empeñaron en crear una narración sobre la que construir música para los diferentes personajes y situaciones. Algo tan antiguo como el hombre, nos recuerda, pero que a nadie se le había ocurrido revivir en la época.

Sobre todo este concepto los Pretty Things vuelcan su amor por la psicodelia, el costumbrismo inglés e incluso sus conexiones con Beatles y Rolling Stones. Algo que siempre se les había echado en cara y que aquí explotan a su favor en una mezcla imposible de influencias que resulta en algo nuevo y fresco. Así, no se cortan a la hora de utilizar el estudio como ese instrumento extra capaz de hacer de una obra mediocre el colmo de la modernidad. No era el caso con los materiales que aquí trabajaban, aunque algún conato pomposo y engolado se les escapa, la verdad sea dicha. La flauta de "Private Sorrow", por ejemplo, me lleva directo a Jethro Tull, y eso es algo que siempre hay que explicar muy bien para que te tomen en serio.

Aun así, en general, el sonido del disco es todo lo majestuoso que dicen las crónicas y el empleo de sitares, melotrones e instrumentos de viento variados está más que justificado. Una virtud que se convirtió en losa en cuanto trataron de trasladar lo que suena aquí al directo. Una tarea tan ardua que sencillamente no se llegó a hacer hasta treinta años después en un concierto mágico en los estudios Abbey Road, donde se grabó. Según parece, intentaron presentar el disco en vivo en su totalidad nada más salir, pero entre la dificultad que comentábamos y que se pusieron hasta las cejas de LSD ese día, no tuvieron más remedio que abortar la idea y hacer como que tocaban con el disco de fondo. Una muestra de la vorágine en la que se compuso una obra maestra que no deja de ser problemática, que muchos no dejan de ver como un producto superinflado y sin sentido, pero que tuvo una huella profunda en todas las bandas de pop que buscaban nuevas formas de dar salida a sus ideas. Esto incluiría a ese Tommy (1969), que los Who sacaron cinco meses después. Ellos dicen que en ningún caso les influyó este S.F. Sorrow, pero eso no hay quien se lo crea. Solo por eso, y por mucho que el de los Who sea objetivamente mejor, creo que merece la pena escuchar con atención esta obra y colocarla en el lugar que merece por derecho propio.

★★★★☆

A1 S.F. Sorrow Is Born 3:12
A2 Bracelets of Fingers 3:41
A3 She Says Good Morning 3:23
A4 Private Sorrow 3:51
A5 Balloon Burning 3:51
A6 Death 3:05
B1 Baron Saturday 4:01
B2 The Journey 2:46
B3 I See You 3:56
B4 Well of Destiny 1:46
B5 Trust 2:49
B6 Old Man Going 3:09
B7 Loneliest Person 1:29

Total: 40:59

La historia subyacente en este disco, obra de May principalmente, bebe más de un trago del retrato social de Charles Dickens. Tanto su localización temporal como el humo de las fábricas y la miseria que denuncia el genio inglés están impresas de alguna manera en la historia de un Sorrow que, cuyo propio nombre indica, no vivía en el país de la alegría precisamente.

Será por eso que desde la distancia puede recordarnos a los paisajes que novelas como Oliver Twist (1837-39) o Hard Times (1854) han imprimido en nuestras almas. Con más pretensiones que profundidad, tampoco nos volvamos locos, pero la influencia, bien o mal digerida, mejor o peor proyectada, está ahí, de eso no hay duda. 

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