viernes, 21 de noviembre de 2025

Tan fácil de mirar, tan difícil de describir

Desire (Bob Dylan, 1976)

 

FOLK ROCK. Después del torrente emocional que supuso Blood on the Tracks (1975), Dylan vivió uno de los periodos más intensos y caóticos de su vida tanto a nivel personal como artístico. A pesar de lo doloroso que debió ser plasmar su intenso dolor en los surcos del disco anterior, el éxito comercial y de crítica del mismo le devolvió las fuerzas que necesitaba, lo que le hizo volver a arrimarse a la escena de Nueva York en general y al pintor, psicólogo y dramaturgo Jacques Levy en particular, fuerza capital en la gestación de Desire.

Con su relación matrimonial agonizando, el cantautor se refugió en su música y buscó a propósito un nuevo volantazo para enderezar un rumbo que se antojaba impredecible y errático en el mejor de los casos. Para ello se empeñó en producir un disco de corte colaborativo, con Levy precisamente, el cual contribuyó en muchas de las letras del mismo. También buscó de manera clara un estilo más narrativo. De ahí salieron joyas como "Hurricane", un nuevo giro a esa canción protesta que había dejado atrás hacía tiempo; "Isis", narración mitológica en la que el desierto y los votos sagrados se entremezclan de manera misteriosa; "Joey", la historia medio real de Joey Gallo, gánster que murió asesinado en un restaurante el día de su cumpleaños; o "Black Diamond Bay", lo más cerca que ha estado Dylan de alcanzar la novela negra de espías de todo un Joseph Conrad.

A todo esto también hay que unirle su regreso al folk, aunque no de la forma que esperaríamos. Además de las guitarras acústicas de "Hurricane", tenemos que fijarnos por fuerza en el violín de Scarlet Rivera, que domina todo el disco, y en los aires hebreos de maravillas atemporales como "One More Cup of Coffee", "Oh, Sister" o "Sara", todas ellas, joyas imponderables en el canon dylaniano. Y como podemos ver, una aproximación al folk muy al margen de la tradición norteamericana pura. Algo parecido a lo que pasa con los aires casi caribeños de "Mozambique" o al tono decididamente mariachi de "Romance in Durango", por el contrario, dos de las canciones más ligeras y, en el caso de la segunda, más dudosas del listado de un disco viajero y casi diría que exótico para lo que nos tenía acostumbrados el genio de Duluth.

Un exotismo que siempre ha jugado a favor de Desire. Porque lo hace un álbum único dentro de su catálogo, uno de esos discos inimitables que tampoco es que Bob haya intentado nunca fusilar. No creo que sea por incapacidad ni porque subestimara su poder. Más bien, y esto me pasa por la cabeza cada vez que lo escucho, creo que consideró que lo hizo muy bien aquí. Tan bien que no hacía falta darle más vueltas. Así es Dylan. Siempre haciendo lo que le ha apetecido, con la libertad artística como única motivación y objetivo. Habrá acertado muchas veces y habrá errado muchas más, pero lo que es indudable es que cuando acertaba, lo hacía de pleno. Ahí está ese rosario de joyas inmarchitables que nos ha regalado. Rosario entre el que está su decimoséptimo álbum, una obra a partir de la cual se gestaría ese vendaval que fue la "Rolling Thunder Revue", la gira más loca, excesiva y desatada de un artista inalcanzable. Otra historia, que contaremos, pero que sin duda no habría sido igual sin este discazo monumental.

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A1 Hurricane 8:33
A2 Isis 6:58
A3 Mozambique 3:00
A4 One More Cup of Coffee 3:43
A5 Oh, Sister 4:05
B1 Joey 11:05
B2 Romance in Durango 5:50
B3 Black Diamond Bay 7:30
B4 Sara 5:29

Total: 56:13

No es mi canción favorita del disco, ni de lejos, pero no cabe duda de que el corazón de Desire es el tema de apertura, "Hurricane", con el que Dylan redefinió el concepto de canción protesta a partir de un tema reivindicativo y feroz, pero que aprovechaba su narrativa de canción-río para contar una historia real y dolorosa llena de injusticia como si fuera el mismo telediario de la noche.

Una no-ficción que ya había explotado con maestría inigualable Truman Capote en A sangre fría (1966) y que Dylan retoma con la misma distancia emocional, la misma estructura lineal y la misma mirada ética sobre un caso totalmente real.

La canción se refería al caso de Rubin "Huracán" Carter, boxeador norteamericano que fue acusado junto a John Artis de un asesinato en un bar con el móvil de llevarse el dinero de la caja. A pesar de las inconsistencias en las declaraciones y pruebas contra ellos, fueron declarados culpables y condenados a cadena perpetua. Las apelaciones no sirvieron de nada, pero a cualquiera que indagara en el caso, tal y como hizo Dylan, podía ver que no había motivos contundentes para culpar a una pareja que parecían más chivos expiatorios que otra cosa.

Llegó a reunirse con Carter en prisión, mostrando su apoyo incondicional. No sabemos si la canción tuvo mucho o poco que ver, pero lo cierto es que, por fin, en 1985, cuando el tribunal federal de Nueva Jersey dictaminó que Carter no tuvo un juicio justo, citando racismo e irregularidades en la instrucción del jurado.  

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