miércoles, 22 de marzo de 2023

Ese hálito celestial

Grace (Jeff Buckley, 1994) 

ROCK CELESTIAL. Pasados los años, resulta casi imposible enfrentarse a este disco con objetividad. Y es que la única obra (si hablamos de LPs) que Jeff Buckley editara en vida, su tótem sagrado, es su gran aportación al canon occidental y a la vez ha tenido una influencia nefasta.

Allá por 1994 el grunge de primera generación daba sus últimos estertores con la muerte de Kurt Cobain. La nueva hornada de rockerillos se limitaba a copiar a las cabezas coronadas del noroeste. Revivalistas de revivalistas. Poquito que llevarse a la oreja, pues. Ahí tuvo que surgir un volcán que se hacía llamar Jeff y estaba ávido por demostrar que era mucho más que el hijo de Tim Buckley. Con su padre compartía el don de una voz de oro (que diría Mr. Cohen) y un certero gusto compositivo. Con la camarilla grunge, una adoración clara por Led Zeppelin. No obstante, Jeff aportaba algo más. Algo que nadie podía esperar en un misterioso chico blanco: la entrega interpretativa siempre al límite, ese vivir las canciones como sus idolatrados Nusrat Fateh Ali Khan y Édith Piaf. Ese decir las cosas de verdad, como su admirada Nina Simone. Ese escribirlas con versos de plata, como el maestro Leonard Cohen. En definitiva, una sensibilidad que se alejaba de aquello a lo que nos tenían acostumbrados el resto de grupos.

Como era lógico, muchos tomaron buena nota. Así surgieron Radiohead primero, y Coldplay o Muse después, los cuales, entre otras influencias, bebían del vino de lilas del californiano. Como decía al principio, la influencia fue nefasta. Porque claro, al no poder imitar la pirotecnia instrumental de temas como "Mojo Pin" o "Grace", los que podían se quedaron con las piruetas vocales. Los que no, con ese poso melancólico que Buckley sabía dejar en el alma con sus octavas. Esa sensación de felicidad incompleta que era capaz de conjurar con su voz. Con todo, el resultado de dicha influencia en esas bandas se orientaba hacia el pop. Y ya se sabe, pop + tendencias épicas = peligro de frivolidad.

Tampoco debemos crucificar a Buckley por dicha influencia. Igual que Nietzsche no tuvo la culpa del Holocausto. Cuando se crea una obra de arte tan inmaculado, se suele tener repercusión y no todo el mundo acierta a interpretarla o digerirla. Tarea tan ardua como expresar con palabras los sentimientos que canciones como el dúo inicial ya mencionado, las preciosas interpretaciones de "Lilac Wine" o "Hallelujah", el inigualable alud sentimental de "Lover, You Should've Come Over", el poderoso rock de "Eternal Life", o el misticismo sin mácula de "Dream Brother", pueden despertar en el oyente.

Yo lo tengo muy claro. Este es el disco que hay que tener de Jeff Buckley. Posiblemente el que hay que tener de los 90. Su aportación a la Torre de la Canción, uno de esos que puede envejecer tranquilamente al lado de las viejas glorias. Al lado del Trout Mask Replica (Captain Beefheart, 1969) o del Sgt Pepper's Lonely Hearts Club Band (The Beatles, 1967). Y siempre, siempre, al lado de tu corazón cansado.

1 Mojo Pin 5:41
2 Grace 5:22
3 Last Goodbye 4:35
4 Lilac Wine 4:32
5 So Real 4:43
6 Hallelujah 6:53
7 Lover, You Should've Come Over 6:43
8 Corpus Christi Carol 2:56
9 Eternal Life 4:52
10 Dream Brother 5:26
Total: 51:43

Es bien sabido que Buckley murió ahogado en el Mississippi a la edad de 30 años, siguiendo la trágica herencia familiar (su padre Tim también murió joven). Este fue el único disco que pudo completar. Aunque esto puede jugar en su contra a la hora de valorarlo objetivamente (o a su favor, según se mire), cualquier escucha desprejuiciada y limpia acabará con la rendición absoluta de la mayoría de oyentes. No veo que su muerte haya ayudado a su encumbramiento. Es que es muy bueno, eso es todo.

El éxito del álbum unido al aura de malditismo que rodeó la desaparición de Buckley alimentó a una legión de fans incondicionales que sería el caldo de cultivo perfecto para ediciones cuando menos dudosas de su material póstumo. La mayor parte del mismo, y salvando algún directo, es no solo prescindible, sino paupérrimo. Había que hacer caja...

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