Hay quien coloca el inicio del punk en la poesía maldita de Horses (Patti Smith, 1975). Otros se decantan por el cortocircuito glam de los New York Dolls. No estoy de acuerdo, porque aunque ambos momentos, como muchos otros más, influyeron en el modus operandi del punk, fueron los Ramones y fue este disco el que le dio la forma definitiva, el que alimentaría de manera directa toda la revolución que sólo unos meses después haría arder las islas británicas. Esa que mutaría en cientos de formas suculentas por todo el globo en décadas sucesivas generando una corriente de estilos, subestilos y mil ramificaciones de la música más excitante de la creación.
No es moco de pavo este disco por tanto. Y por supuesto no lo tuvo nada fácil para ver la luz. Era demasiado radical en su minimalismo. Los Ramones proponían, tal vez sin quererlo, simplemente por falta de habilidad, dinamitar el orden establecido, y eso las discográficas no lo entendían. ¿Cómo podían entender que ahora, de repente, no hacía falta saber tocar, que las canciones no necesitaban solos, que podían raspar los dos minutos, nada más, en una andanada continua que se consume en un instante? Por suerte en el sello Sire se arriesgaron posibilitando que disfrutáramos de una de las mejores bandas que hayan existido.
Ramones es tan intenso y adictivo que no podía durar más. No llega a la media hora porque no lo necesita, porque no soportaríamos más. Es el compendio perfecto para entender y amar a los de Queens para siempre. En realidad cualquiera de los tres primeros discos lo es. Y como ellos, es una batidora de rock & roll 50s, surf y pop a todo galope con la distorsión al máximo y los instrumentos echando humo. Joey, Johnny, Dee Dee y Tommy, la alineación más mítica de un grupazo que se estrena haciendo la música que pueden y saben. Que es la que les gusta. ¡Cómo se nota!
La foto de portada, una de las más icónicas e imitadas de la historia, fue tomada por Roberta Bayley, de la revista Punk, y sólo costó 125 dólares. En ella Tommy aparece de puntillas y Joey claramente encorvado por motivos obvios.
El disco contenía una versión, "Let's Dance", costumbre que repetirían en sus discos siguientes y que demostraría el tino, el gusto y la visión del grupo para llevar a su terreno temas a priori lejos de su órbita. Grandísimos versioneadores con un simple y directo ataque minimal.
En la grabación colocaron los micrófonos al estilo de las orquestas y se basaron en el estilo de grabación de sus adorados Beatles. Lo exageraron, eso sí. Cuatro pistas, las guitarras separadas en los canales estéreo, el bajo en el canal izquierdo, la guitarra rítmica en el derecho y voz y batería en la parte central de la mezcla estéreo.
"The Ramones were among the original five or six groups drawn to CBGB in New York by Television’s "success" there in mid-1974. By now a hundred groups must have played the club and it receives calls from all over the country from acts seeking dates simply for the prestige of being able to say they’ve appeared there. The scene is frantic and the most exciting thing happening in rock music today and probably for the next few years. The ambition level is staggering but what distinguishes the scene as exemplified in the five or six best groups (among which are the Ramones of course) is that they really mean what they are doing. Without being pretentious, they’re not just killing time. They use the stagelights like blowtorches to burn away whatever garbage lies can’t take the heat and light up what’s left.
Ideally what the Ramones want is to create hysteria in their audience. If they have a good audience they want to give more and if it’s bad they play with a vengeance, so either way, they deliver." (Richard Hell, "The Ramones Mean Business" (1976))
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