Coltrane (John Coltrane, 1962)
JAZZ MODAL. A golpe de incomprensión. Así avanzaba John Coltrane en estos años seminales. Con nuestra mirada actual, tan llena de ciertos prejuicios, pero tan limpia de muchos otros, nos puede parecer mentira, pero la acogida que tuvo este álbum fue tan tibia que parecía hostil. Para los popes de la corrección jazzística, lo que venía haciendo Coltrane se aproximaba demasiado al anatema. Todavía escocía su residencia en el Village Vanguard, durante la cual inició una alianza con Eric Dolphy absolutamente detestable para el núcleo duro de la crítica.
A la vista de este rechazo, veo bastante claro que pocos se sumergieron en la escucha limpia y profunda de un disco que, sin ser una vuelta al redil, cuenta con los suficientes elementos reconocibles como para hacerlo atractivo para la vieja guardia. Aquí Coltrane no hace más que seguir rebuscando en el cofre del jazz modal para dar con nuevos hallazgos, algunos, de un valor incalculable. Está claro que la pieza central es esa apertura de catorce minutos con la que nos traslada, toques étnicos incluidos y título más que elocuente, a otro mundo, y que conforme se acerca al final se va ensuciando con ese rama libérrima del jazz que seguía siendo innombrable para muchos. Sin embargo, no es eso lo único a destacar en una nueva colección superlativa del de Hamlet.
Bajo los mandos, una vez más y ya por siempre jamás, del genial Bob Thiele, el saxofonista alterna sus saxos tenor y soprano para acariciarnos con una nueva maravilla de la sutileza llamada "Soul Eyes"; nos asesta un nuevo golpe maestro con los aires clásicos, si bien enturbiados por la vanguardia, de "The Inch Worm"; "Tunji" es una pieza con la que homenajea a su amigo, el percusionista nigeriano Babatunde Olatunji, que resuena con el misterio del continente negro a punto de explosionar, sin llegar a hacerlo; y "Miles' Mode" es una pieza colorida con la que se acuerda de su maestro, valedor y amigo, entre toneladas de groove traqueteante.
Un álbum estratosférico que ya anuncia el misterio místico de A Love Supreme (1964). Será por esa ambientación nebulosa que a veces puede recordar a Blue Train (1959), pero sin duda aún más por ese McCoy Tyner que pasea sus dedos por su piano para fabricar el colchón perfecto para que Coltrane no corra ningún peligro en sus devaneos, la cuestión es que veo a este disco como el reverso carnal de la mencionada obra suprema. Un complemento perfecto hecho en la Tierra para conquistar las estrellas.
★★★★★
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