El productor de Chicago merece una vez más todo el crédito por el que se le reconoce. Sin embargo, no diría que es el máximo culpable de esta conflagración de guitarras trepanadoras, ritmos reptantes y aguijoneos vocales sin ánimo melódico alguno. El grupo estaba explorando terreno poco transitado y abriendo las puertas del hardcore más cerrado para convertirlo en lo que iba a ser el post-hardcore que acabaría engullendo al género madre.
También habría que destacar unos conatos progresivos mezclados con una rítmica entre primitiva y funkoide, lo que les daba un aire amenazante y extraño. No eran un grupo instrumental, pero los recitados escasos y desperdigados parecían proponer lo contrario. En cualquier caso, a lo que hace Brian McMahan no se le puede llamar cantar, eso por descontado. Tampoco es que le haga falta eso a un disco fundacional, importante y agreste. Un placer metronómico que requiere de toda la atención del oyente. Y eso no siempre está disponible, seamos sinceros.
★★★☆☆
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