Maggot Brain (Funkadelic, 1971)
P-FUNK. Cuenta la leyenda que George Clinton le dijo a su guitarrista, Eddie Hazel, "toca como si te acabaras de enterar de que tu madre ha muerto". Después, puso la cinta en marcha, empezó a grabar y la paró a los diez minutos y pico. Y así germinó el tema titular, uno de los solos de guitarra más intensos, tristes, tétricos y catárticos de la historia de la música grabada. Seguramente la historia no se corresponda con la realidad, pero conociendo el modus operandi de los músicos en esos años y siendo consciente de la buena dosis de verdad que encierran todos los mitos, compro la historia y me acurruco en ella cada vez que este discazo empieza a sonar.
Y eso que a decir verdad, el resto del álbum tiene muy poco que ver con ese vómito de blues rock psicodélico en la estela de Hendrix con el que abre. Es apagarse el último suspiro del tema y lanzarnos como locos a la pista de baile entre bajos gordísimos e imprecaciones ultragraves cortesía de un George Clinton que ejerce aquí de maestro de ceremonias sin ahogar los efluvios de coetáneos y maestros como Stevie Wonder, Sly Stone, Miles Davis e incluso Pink Floyd (otra vez el tema titular).
Un apareamiento lascivo entre genios que da fe de la importancia y la contundencia de este funk espacial a principios de los 70. No hay más que echar un vistazo a las obras que los artistas mencionados iban publicando en esos años para darse cuenta de que la retroalimentación iba en ambos sentidos. Y no me extraña. En esta media hora y pico de rítmica nuclear, jams asesinas, electricidad supurante y negritud en pleno estallido jaculatorio, se nos deja bien claro que el funk estaba en su cénit en cuanto a creatividad, vigencia y capacidad movilizadora. Por eso este disco siempre va a sonar como un cañón y tantos años después mantiene la vitola de clásico imperecedero. Porque sabe a eso que nos susurra Clinton... "gusanos en la mente del universo".
★★★★☆
George Clinton no sé si sería consciente, pero al apelar a la tristeza más infinita que un ser humano pueda sentir para que su guitarrista se derramara sobre las seis cuerdas en la canción que abre este disco, estaba recogiendo el testigo de esa música panegírica, esos homenajes de duelo hacia un ser querido que han llenado de obras maestras el arte, desde la pintura a la literatura, pasando por la música.
En este último campo, cuando hablamos de música funeraria, lo primero que asalta nuestra mente es ese inmortal "Requiem" que Mozart dejó sin terminar en su lecho de muerte. Fue Franz Xavier Süssmayr el que lo acabó siguiendo las numerosas indicaciones dejadas por el maestro. Puede que no tengan nada que ver y que sea osado elevar este "Maggot Brain" a los altares de lo culto, pero la vibración terminal, el pellizco en el alma, creo que están en ambas obras por muy alejadas que se encuentren en todos los aspectos.
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