Amorica (The Black Crowes, 1994)
ROCK SUREÑO. Cubierta provocativa sacada de una
portada del 76 de la revista Hustler. Las cartas sobre la mesa, por
tanto. Los Black Crowes lo gritan a los cuatro vientos: "volvemos más hippies y más insolentes que nunca".
Una idea que a los puristas podría molestarles, habida cuenta de lo
poco serio de su propuesta revivalista en según qué círculos.
¿Y
qué ofrece este tercer intento que lo diferencie del resto? Pues, poca
cosa o mucha, depende de lo que valores los matices. Aquí siguen con sus
alabanzas a esos gloriosos años 70 mientras aumentan el reguero de
babas junto a las fotos de Stones y Led Zeppelin, los cuales suenan aquí
con más fuerza que en intentos anteriores. Destacaría también el
componente latino, directo de Santana y demás compinches, en el uso de
congas y percusiones calientes. Pero lo que más sobresale en este disco
es la calidad media de sus composiciones, la cual gana bastantes enteros
en términos de efectividad y pegada.
Sí, eso es lo que hace a
"Amorica" el mejor disco de los Cuervos Negros. Es cierto que no tiene
temazos del calibre de "Sting Me", "Remedy", "Twice As Hard" o "Hard to
Handle", pero también consigue que no haya picos tan exagerados entre lo
bueno y lo malo. Por poner un símil meteorológico, diría que la
amplitud térmica aquí es mucho más pequeña, más ajustada, dentro de una
temperatura primaveral que lo hace más agradable que sus hermanos
mayores.
Un equilibrio al que le falta ese detalle que lo haga
reventar, ese temazo irrebatible, con lo que al final se queda en un
nivel parecido a lo que habían hecho desde su formación. Y un disco que
me sugiere aún más una idea con un valor matizable. Y es que los Black
Crowes son el epítome de esa sentencia que dice que todo podría ser aún
peor. No en vano, si ellos surgieron de las brasas candentes de toda la
caterva setentera mil veces mencionada, también abrieron camino e
inspiraron sin lugar a dudas a cosas más medianitas si cabe, como esos
Kings of Leon o esos Jet que vendrían después. No es para estar
demasiado orgulloso, por mucho que siempre guste dejar poso. Sea el que
sea.
★★★☆☆
Los de Georgia causaron un revuelo creo que esperado de antemano con una portada que hizo que varias cadenas se negaran a vender el disco en sus superficies. Para esquivar esto incluso tuvieron que mutilar la cubierta dejándola en un triángulo con la bandera norteamericana y un fondo sólido en negro que convertían la maravillosa foto de Hustler en una aberración gráfica.
Una portada, que machismo o no aparte, iba pareja al jipismo desaforado en el que vivían los hermanos Robinson y cía. Y una portada que me lleva de manera tangencial a ese genial There's a Riot Goin' On (1971) de Sly & the Family Stone al que ya les gustaría parecerse, por mucho que no puedan rozarlo ni en sueños.
Al menos con el resultado final de una obra que empezó siendo otra cosa. Bajo la dirección de Chris Robinson, el vocalista, el proyecto entonces llamado Tall iba a consistir en un giro de tuerca en el que las guitarras perdían todo el protagonismo en favor de los vientos, los coros y los teclados. Un disco mucho más soul y góspel de lo que acabó siendo gracias o por culpa de la obcecación de Rich Robinson, el guitarrista, mucho más reacio a abandonar la vertiente rockera del combo.
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