CANCIÓN DE AUTOR. Pablo García toma aire y busca perspectiva en un disco claramente más reposado en el que se aparta de la corrosión de sus comienzos. Eso es lo que salta a la vista de inmediato, pero ¿está realmente el ácido más rebajado en la disolución que se fabrica el asturiano?
No tengo tan claro este punto. Sí, todo es más suave y más sutil, los tempos reposados ganan por goleada, lo acústico se impone, pero el artista sigue colándonos dardos envenenados como el que no quiere la cosa, sigue repartiendo a diestra y a siniestra y sigue cantándole a lo más fétido y lo más auténtico del terruño. Ahí están esas tonadas descorazonadoras. Esa apertura en gris que es "El cortejo" o esa recreación letal del "Amsterdam" de Jacques Brel, que él ha titulado, oh sorpresa, "Gijón".
En general, por muy doméstico que se haya vuelto el cantautor, por mucho que mire las cosas desde su condición de profesor de instituto, lo torcido sigue agazapado en los arbustos falsamente fragantes de un disco más positivo, pero aún apesadumbrado y oscuro. Un disco en el que encuentra espacio para hablar de la madurez, la misantropía militante y hasta la educación como valor de futuro.
Todo con menos ironía, de una manera más resignada, pero manteniendo vivas unas brasas que son las que dan a la obra ese acabado y ese poso que hace que se pueda volver a ella una y otra vez. Porque Futuros valores, vaya título imposible, está hecho de materiales perdurables y es de esos discos que crecen y crecen, aun pareciendo poca cosa. Otra prueba de que todavía hay artistas que creen en lo que hacen. Porque pueden.
★★★☆☆
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