POP CHINARRO 2.0. Antonio Luque se enfrenta a su decimoctavo registro discográfico en largo con las ganas y el radar intactos. No hay que estar muy fino para darse cuenta con tan solo un par de escuchas a una obra que sigue en la onda semiconceptual que nos viene regalando el sevillano en los últimos tiempos. En esta ocasión nos hace reflexionar, reír y alzar la ceja con un retrato de las distintas formas de amarse y tirarse los trastos en tiempos de hipercomunicación. Unos tiempos en los que, curiosamente o no, sufrimos los mayores problemas de comunicación de la historia.
Con esa mezcla de experiencia propia, cosas que le han contado y experimentación siquiera superficial (se descargó Tinder para ver en qué consistía) ha ido fabricando una colección de canciones que pueden aspirar a ese eterno reconocimiento de sentarse a la misma mesa que esas joyas imperecederas que publicara hace ya tres lustros. La cuestión con este Chinarro es si estas canciones se quedarán en eso, eternas aspirantes, o serán capaces de dar el puñetazo en la mesa que todos anhelamos.
Aún es pronto para predecir el recorrido de este álbum. Es muy bueno, eso es cierto, pero también creo que no va a llegar al nivel de clásico de nuestro pop. Y eso que es muy de celebrar la valentía de Antonio Luque en el uso de instrumentos nuevos, sintetizadores principalmente, y en un intento por ampliar su paleta musical hacia un pop más vigoroso y contundente, casi bailable por momentos, un pop rabioso con todo su almíbar.
Por mucho que fiscalicemos hay demasiado bueno aquí para poner en duda al conjunto. Canciones gloriosas como "Luis", "El detector" o "Margarita". Otras como "Sexo, mar y sol", "Cobarde" o "Falsos autónomos", que sin llegar a ese nivel, tienen la capacidad de hacerte regresar una y otra vez. Ni siquiera las que me dejo desentonan. Así, por mucho que sigamos esperando, esto, más que a ocasión fallida, sabe a un nuevo pequeño triunfo con el que, como mínimo, Sr. Chinarro nos sigue manteniendo enganchados. Y eso me sigue valiendo.
★★★☆☆
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