FOLK DE CÁMARA. Bach, Dios y heroína. Un triunvirato extraño para entrar a conocer el legado de Judee Sill, artista de culto que murió de sobredosis a los 35 años sin haber conocido la fama. Nadie tuvo la decencia de publicar obituario alguno, así era de desconocida por aquel entonces. Sin embargo, su carrera sí que era más que prometedora cuando se convirtió en la primera artista en fichar por el sello Geffen para sacar este álbum de debut.
Un disco en el que descubrimos a una artista muy confesional, con un ramalazo religioso importante y que construía sus canciones alrededor del rapto y la redención. Todo muy místico para los chutes que se metía, pero es que algún refugio tenía que buscarse una mujer que tuvo una vida trágica en la que se vio obligada a vivir en la calle y hasta a comerciar con su cuerpo. Una vida que no es lo que resuena en unas canciones cargadas de la sencillez del folk, pero con unos toques casi diría que barrocos, ya fuera en coros o en alguna orquestación. Unas canciones que la emparentan, de lejos, con fuerzas de la naturaleza como Joni Mitchell,.
Sin exagerar, podemos afirmar que estamos ante una artista de gran valor. No sé si tanto como su muerte prematura y su aureola maldita le han otorgado, pero una cantautora con ideas, sensibilidad y una mirada propia que la podían haber llevado muy lejos. Tampoco puedo afirmar mucho más a la luz de este estreno. Luego han ido saliendo como setas los artistas heridos de muerte por sus versos, pero yo no me los acabo de creer. Puede que con el tiempo acabe poniendo a este Judee Sill en un pedestal. Por ahora me conformo con que me caliente los pies y me masajee el alma, aunque solo sea un poquito.
★★★☆☆
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