
Alturas de Machu Picchu (Los Jaivas, 1981)
PROGRESIVO ANDINO. He aquí el magno homenaje que hacen los Jaivas a la montaña vieja, a la madre de piedra, al alto arrecife de la aurora humana. Apelativos todos que tratan de conjurar el poder ancestral de Machu Picchu, a cuyo influjo dedicó Pablo Neruda una sección de su Canto General (1950). Palabras mayores que son las que utilizan los Jaivas para vertebrar este disco glorioso.
Un álbum cuajado de música mayestática y más que engolada, eso también. Una música que puede que no consiga hacer justicia a las palabras inmortales del poeta chileno, pero que lo intenta, algo que ya de por sí les hace acreedores de todo el mérito. Lo intenta y lo consigue en muchos de sus intensos y carismáticos repliegues. Unos repliegues que se nos muestran esquivos y vaporosos como el aire del que parece alimentarse la alta ciudad de piedras escalares. Puede parecer poco, pero ante lo abrumador de la tarea que se autoimpusieron los chilenos, creo que acaba siendo mucho más de lo que se les podía pedir. Por eso este álbum está ampliamente considerado entre lo mejor que ha dado la música latinoamericana.
Porque a pesar de ser un claro ejemplo de gusto adquirido, de necesitar de escuchas reiteradas y de una predisposición muy especial, hay algo en su mezcla secreta que lo hacen único. Lo mismo puede sonarte a folk progresivo que a rock andino, lo mismo puedes deleitarte con sus aires casi orientales que estrellarte contra ese corazón de música sacra que lo pueden hacer casi indescifrable para los que vivimos ajenos a estos mundos aéreos.
Todo porque Alturas de Machu Picchu juega a no guardarse ni esconder nada. Su crudeza consiste en no matizar una dulzura tan exquisita como irritante. Su épica nace de la misma tierra de la que se nutre. Es un disco que no trata de conjurar el misterio, sino que se jacta de elevarse puro sobre volutas de la luz más prístina, pero que precisamente de esa forma moldea una intriga y un enigma que solo puede surgir de la pasión más absoluta.
En resumen, diría que esta es una de las obras maestras más extrañas con las que me he topado. Un disco que me parece ideal para el seguidor de la música clásica y del rock progresivo. Una maravilla para todos los que busquen la belleza más inmaculada, y todo un reto para los que, como yo, vivan en el extremo opuesto. Un reto que no deja de ser maravilloso, ya que este disco, con toda su increíble problemática, acaba poniéndonos en nuestro sitio. Sí, por mucho que no queramos admitirlo, Alturas de Machu Picchu nos hace ser conscientes de lo diminutos que somos en realidad, y eso lo hace una joya inmarcesible como unas ruinas a las que parece haberles robado siquiera una pizquita de eternidad.
★★★★★

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