miércoles, 17 de diciembre de 2025

¡Paganismo o muerte! 🌷

 

Título: La consagración de la primavera

 Título original: Le Sacre du printemps

Autor: Igor Stravinsky

Año de composición: 1913

Género: Clásica moderna / Ballet
  

Grabaciones de referencia:

  • Le sacre du printemps (Philharmonic-Symphony Orchestra of New York / Igor Stravinsky, 1940) ★★★
  • Le sacre du printemps (New York Philharmonic / Leonard Bernstein, 1958)   
  • Stravinsky Conducts Le sacre du printemps (Igor Stravinsky / Columbia Symphony Orchestra, 1961) ★★★ 

   

29 de mayo de 1913. Teatro de los Campos Elíseos en París. Poco se imaginaban los asistentes lo que les aguardaba en el estreno de la última composición de Igor Stravinsky. Se trataba de la música para un ballet que iba a ser presentado por la compañía de Serguéi Diáguilev con coreografía del mítico Vaslav Nijinsky. Una partitura y una escenografía que, para el público, iban a suponer el volteo de toda idea que tuvieran sobre la música y, para la historia, un viaje hacia un futuro que no sé si hemos alcanzado —o alcanzaremos— alguna vez.

Está claro que las rupturas nunca se han producido con suavidad. Por eso, lo que ofrecía Stravinsky no era un plato de fácil paladeo ni mucho menos de digestión ligera. De ahí que, aunque ahora nos cueste entenderlo, el público reaccionara aquella noche como lo hizo: con gritos y abucheos que generaron un ambiente que degeneró en una hostilidad que rayaba la violencia física. Una turba casi enloquecida que hizo muy difícil seguir a la orquesta y que obligó a Stravinsky a abandonar el teatro visiblemente enfadado. Pero una atmósfera que también ha contribuido de manera decisiva a señalar el momento de este estreno como aquel en el que la música entraba con paso decidido en la modernidad. Un cambio de época que quedó marcado para siempre en esta partitura.

Un rito de paso que cobra sentido cada vez que escuchamos una obra que nunca va a ser para todo el mundo. Una pieza visceral y primitiva que evoca rituales paganos de la Rusia arcaica vinculados a la llegada de la primavera. Capaz de ser también emocional y sutil cuando tiene que serlo, pero ante todo una pieza brutal en toda la extensión del término. Una obra plagada de estacatos, cortes abruptos, cambios de ritmo y de dinámica absolutamente radicales, construida a partir de células rítmicas breves y métricas cambiantes. Todo un festín sonoro para el que se deje llevar por la vorágine, pero también una pesadilla para quien busque asideros melódicos claros y estructuras repetitivas de efecto calmante.

Estas son las características que hacen de La consagración de la primavera una de las obras fundacionales a partir de las cuales se ha generado buena parte de la música moderna y contemporánea, influyendo también en estilos populares como la electrónica, el rock progresivo, el metal y toda la música experimental en cualquiera de sus pieles. Y para sumergirse en ella, contamos con infinidad de grabaciones muy diferentes entre sí.

Por mi parte me he centrado en tres de las versiones más aclamadas —y a veces polémicas—, como son las dirigidas por el propio Stravinsky con la Filarmónica de Nueva York en 1940 y con la Columbia Symphony Orchestra en 1960, por un lado, y la que dirigió Leonard Bernstein con la mencionada Filarmónica neoyorquina en 1958. Aproximaciones distintas e igualmente fascinantes.

Siguiendo un orden cronológico, la versión dirigida por el propio Stravinsky con la Filarmónica de Nueva York en 1940 me parece muy interesante desde el punto de vista historicista. No solo porque el propio compositor de la obra sea el que la dirige, sino también por la relativa cercanía temporal con el momento de su creación. A veintisiete años de su estreno en París, la crudeza de esta grabación saca a la luz todo lo primitivo y lo pagano de la composición. Con un sonido algo mate, hijo del tiempo en el que se registró, la partitura consigue desplegarse en todo su florido y rudo salvajismo. Quizás el ejemplo más fidedigno para con las intenciones primigenias del propio Stravinsky.

En segundo lugar, debo hablar de mi favorita, de la que nunca dejaría de escuchar y con la que me quedaría si tuviera que elegir solo una. Me refiero a la versión dirigida por Leonard Bernstein en 1958 al frente de la Filarmónica neoyorquina. Una versión en la que el director metió mucho de sí mismo, demasiado según algunos críticos, permitiéndose unas licencias que oscilan entre lo discutible y lo absolutamente maravilloso. No puedo decir que estas libertades afecten lo más mínimo a mi disfrute de un trabajo que maravilló al propio Stravinsky, el cual lo calificó con un simple y directo wow!. Una interpretación que muestra las habilidades de Bernstein en toda su plenitud. Un trabajo al límite de la expresión, terriblemente enérgico, con un sonido rugiente y salvaje en sus acentuaciones y colapsos rítmicos.

Y en tierra de nadie, casi suplicando atención, nos encontramos la recreación que hizo otra vez Stravinsky al frente de la Sinfónica de Columbia en 1960. Una versión que, en mi opinión, no puede competir cuerpo a cuerpo con las dos anteriores, pero que no está exenta de interés. Para mí, la clasificación estaría clara: la del 40 representaría el ritual primitivo, la del 58 se identificaría con la electricidad abrasiva y la del 60 sería la ceremonia oscura y distante. Porque eso es lo que califica a lo que suena en esta versión: una música ceremonial y oscura con pasajes casi tétricos, pero carente de la crudeza fundacional de la primera y de la explosividad controlada de la segunda. Un disco en el que el compositor parece mirar a su obra desde la distancia que da el tiempo. Desde un desapego que resulta revelador, pero que no va a espolear nuestras ganas de escuchar esta versión cuando nos apetezca sumergirnos en La consagración de la primavera.

En cualquier caso, con estas grabaciones o casi con cualquier otra, estamos ante una obra capital. Por su significación histórica como auténtico pórtico hacia una nueva era y por el disfrute atávico y profundo que provoca a poco que nos dejemos atrapar por sus raíces nudosas y sus dientes afilados. Una partitura visionaria que va a permanecer moderna por los siglos de los siglos. Juvenil, fresca e insolente... criogenizada para la eternidad.

1. Premier tableau : L'adoration de la terre
    1. Introduction
    2. Les augures printaniers
    3. Danses des adolescentes
    4. Jeu du rapt
    5. Rondes printanières
    6. Jeux de cités rivales
    7. Cortège du sage
    8. Le sage
    9. Danse de la terre
2. Second tableau : Le sacrifice
    1. Introduction
    2. Cercles mystérieux des adolescentes
    3. Glorification de l'élue
    4. Évocation des ancêtres
    5. Action rituelle des ancêtres
    6. Danse sacrale (L'élue)

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