Agharta/Pangaea (Miles Davis, 1975/1976)
JAZZ ELÉCTRICO. El 1 de febrero de 1975 Miles Davis ofreció dos pases en concierto en Osaka (Japón). El resultado de la erupción quedó registrado para siempre en cuatro rodajas que repartió en dos discos gemelos, Pangaea y Agartha. El primero recoge la actuación del grupo por la noche, mientras que el segundo se encarga de glosar la actuación de la tarde. Para la posteridad, más de tres horas de música carnosa y chispeante con improvisaciones mastodónticas que alargaban los temas hasta límites insospechados e insoportables para el oyente medio.
Los traumas y problemas que acosaban a Miles en la época se colaron de alguna forma en unas grabaciones hiperactivas y sudorosas que también dejan su espacio para la meditación y el gemido pausado del trompetista. Sería, no se sabía entonces, su despedida de los escenarios y la creación musical durante seis años. No es de extrañar. Tras escuchar estas grabaciones se aprecia el agotamiento. Y en los momentos en que no se aprecia, es fácil intuirlo. Nadie puede vaciarse así y seguir como si nada. Ni siquiera Miles.
Agharta se nutre de las teorías budistas sobre la existencia de una civilización subterránea. Según parece, este territorio se situaría en Asia y su capital, Shambala, estaría debajo del desierto de Gobi. Pangaea toma el nombre del supracontinente origen de los actuales, que existió durante las eras Paleozoica y Mesozoica, hace cientos de millones de años. Se trata de títulos evocadores, rimbombantes y nada tímidos para una música que tiene más que ver con el concepto oriental de la misma. El pop no tiene nada que hacer aquí. La improvisación se impone a unos patrones de funk hipnótico y de una elasticidad casi ilimitada en jams que parecen no querer acabar nunca.
Mis investigaciones por la red no me han dejado claro cuál de los dos discos se publicó antes. Lo que sí parece claro es que Pangaea recoge la actuación nocturna de los dos pases que Davis ofreció ese día y suele haber consenso en colocarlo por debajo de su hermano en el escalafón. No puedo decir que esté de acuerdo con dicha apreciación. Para mi oído poco entrenado en el jazz, el ambiente y el tono me parecen idénticos a los de Agharta. Lo veo como un disco, otro, torrencial en el que el directo es la excusa para explayarse en improvisaciones que aterran en su extensión.
En su conjunto, estas más de tres horas de música escuecen y apabullan, eso es innegable, en una obra que tuvo que ser mutilada en cuatro partes para poder ser editada en vinilo. Con el CD se solucionó el problema y en las ediciones actuales podemos disfrutar sin cortes ni cambios de cara de toneladas de vibración funk-jazz y sinuosos temas inacabables de trompeta electrificada. Una trompeta que, pasada por ese wah-wah tan característico de esta época de Davis, serpentea, se enrosca y ataca como una víbora. Un wah-wah que te come en casi todo el trayecto. La verdad es que no sé si hay algún instrumento que no lo use. Guitarras, bajos, trompetas... El sonido telúrico de una masa terrestre en erupción. Continentes que se quiebran y se separan.
Una descripción muy sugerente, aunque tampoco se puede decir que todo sea disfrute a lo largo de toda esta filmación del cataclismo en tiempo real. Ni se puede, ni se pide... Y por supuesto tampoco es algo que Miles pretenda. Como me dijo cierto profesor al presentar su asignatura: "no les prometo diversión".
★★★☆☆
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