"Ágætis byrjun" es uno de los discos más alabados de finales del siglo pasado. Un "clásico" instantáneo que también presenta más de un problemilla, al menos para mí. Y es que mi relación con este disco nunca ha sido la ideal, si bien últimamente empiezo a apreciar destellos de su hermética belleza.
Un disco tan ambiental, con una atmósfera tan marcada, de esas que hacen levitar, parece que lo tiene todo para impresionar. Y así es en la mayoría de los casos, aunque eso no significa que no se le vean las costuras en términos de autenticidad y franqueza. Algo de eso me encuentro yo en un disco que creo que no dice la verdad, donde todo está totalmente impostado en aras de un artificio que choca frontalmente con mi idea del arte.
Estas son las premisas que me hacen odiarlo un poco. Unas premisas que no me tomo como la Biblia y que vuelan por los aires con los momentos más impactantes del álbum. Las guitarras de "Svefn-g-englar" y toda su atmósfera marina, como emulando el canto de los cetáceos, me parecen embriagadoras. Lo mismo puedo decir del corazón del disco, su auténtica razón de ser. El tramo que va de "Flugufrelrsarinn" a "Olsen Olsen" me parece poderoso y, quizás, lo único que justifica el estatus del álbum.
En el resto de minutos, y también en algunas trazas de los comentados, me encuentro todo lo odioso que rezuma una obra que juega demasiado al engolamiento, a la emoción transplantada y a todas esas hinchazones que asolan este tipo de música. Los glaciares y el mar pueblan cada rincón de esta obra. Islandia está en el ADN de estas composiciones. Sigur Rós juegan a eso sin pudor y tratan de beneficiarse de ese exotismo, ese helor mortal tan falto de empatía, de humanidad. Quizás ese hermetismo, esa belleza cruda me hagan tan difícil penetrar en estas canciones. Ahora al menos sé que son bonitas. No sé si mi apreciación mejorará, posiblemente no, pero por ahora me contento con eso.
★★★☆☆
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