Juju (Siouxsie & the Banshees, 1981)
POST-PUNK. Con un cuarteto totalmente asentado, los Banshees asestan su dentellada definitiva, una con la que tocan hueso. Si el disco es un clásico inapelable es porque absolutamente todo en él se conjura hacia un objetivo común. El concepto que late en su interior está vertebrado a la perfección por la parafernalia, las letras y la música. Todas son afiladas, agrestes, siniestras hasta la médula y con espacio para lo tribal y lo atávico, conceptos que cobran vida gracias en buena parte a las percusiones animales de Budgie.
Así, este baile desesperado alrededor de una hoguera cobra visos de aquelarre con la voz descabezada de una Siouxsie imperial que hiela la sangre con su lamento, con la guitarra navajera y de pellizco en la médula de un John McGeoch en uno de sus mejores trabajos, y con el bajo siempre pulsante y borboteante de Steve Severin, otra de las almas del combo. Él siempre ha insistido en poner de relieve el concepto que atraviesa el disco. Un concepto borroso donde los amuletos, el vudú, la noche de Walpurgis y brebajes sin nombre toman la palabra.
Toda esta parafernalia camp, todos los decapitados, los torsos y las lenguas sanguinolentas que pululan por este disco pueden parecer cosa de risa hoy en día. Lo que puede hacernos olvidar que el grupo estaba creando un estilo y una escuela a la que se apuntarían miles de seguidores e imitadores. Siouxsie fue la primera en muchas cosas, en casi todo, y aquí vuelve a impactar con su imagen de dominatrix insaciable, de diosa del mal. Una imagen que no era nada inocente. Una imagen que hablaba con claridad de autoafirmación y empoderamiento. Porque ella siempre ha estado en la cumbre de la cadena trófica y aquí aparece retratada en todo su esplendor, en su momento de gloria. Un disco incontestable.
★★★★☆
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