On Fire (Galaxie 500, 1989)
DREAM POP. Como una explosión a cámara superlenta, Galaxie 500 se manejan por los vericuetos de un sonido que quieren llamar propio a toda costa. Cosa imposible a priori, obcecados como están en analizar al microscopio ese par de acordes sobre los que construyen toda una catedral sónica en honor a los momentos más oníricos y recatados de una Velvet Underground a la que adoran sobre todas las cosas.
También hay susurros que recuerdan a ese "The Perfect Prescription" (1987) de sus coetáneos Spacemen 3. Susurros apenas perceptibles, pero que me dictan esta reseña entre brumas lechosas y toda una barbarie de hojas cayendo al suelo con ese estruendo silencioso que este grupo ha hecho carne de religión. Todo un catecismo sonoro que encuentra en este segundo disco su biblia y su torá. Una obra maestrísima con la que cerrar una década plagada de ellas.
Todo en este disco suena emocionante hasta el tuétano. Las guitarras que se van hinchando en crescendos acariciantes, los bajos más bonitos que podrás escuchar jamás y unas baterías que encuentran su sitio perfecto entre lo mínimo y la explosión más sutil. Incluso se permiten el lujo de dejar que Naomi entone como lo haría Mo Tucker sobre la melodía inmaculada de una "Another Day", que está entre lo mejor del lote. Una nueva genuflexión ante Lou Reed, John Cale y compañía.
Una nueva muestra de que no hay nada como el fanatismo sincero y sobre la mesa cuando además se tiene tanto que decir. Tanta música, tantas palabras arrancadas, tanta carne en flor... "Blue Thunder", "Tell Me", "Snowstorm", "When Will You Come Home", la mencionada "Another Day", "Isn't It a Pity"... Demasiado sentimiento, demasiados crujidos, demasiado bonito para ser verdad prístina azotándote en la piel del alma.
★★★★★
Total: 40:26
El grupo pone el broche a este disco con una versión de todo un George Harrison, detalle que redondea ese amor por la melodía que siempre habían mostrado. Un grupo que como los Beatles se encontraría con su Yoko Ono, pero no como podríamos pensar en el alma de su bajista, una Naomi Yang que puede compartir rasgos orientales con la ínclita viuda negra del pop, pero nada más. No, el veneno del grupo, según dos tercios del mismo al menos, se llamaba Dean Wareham y, según las crónicas, fueron sus ínfulas de grandeza y su afán de protagonismo los que acabaron por enterrar una carrera que a estas alturas se antojaba fulgurante.
Es cierto que en el disco posterior y último, "This Is Our Music" (1990), ya se les percibe algo cansados a pesar de sus buenos momentos, pero nada de eso se podía presagiar ante esta obra, hecha como está de pura y dura rotundidad. Por eso me es difícil sujetar la sonrisa torcida cada vez que observo esa foto anaranjada que es pura luz, con el trío en plena hecatombe creativa. Eso sí, será por lo que sabemos que pasó después, pero en esa instantánea veo más separación y distancia que amistad eterna.
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